"¿Qué has puesto para comer?
- ¡Oh! No te apures... El cocidito de siempre."


Tormento. Benito Pérez Galdós
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sábado, 5 de noviembre de 2016

El Tafelspitz. Recuerdos de una Viena imperial y efervescente (o cómo resuenan en la cocina los ecos de un concierto de la Orquesta de Extremadura)





"Wien, Wien, nur du allein

  Sollst stets die Stadt meiner Traüme sein"
Rudolf Sieczynsky
Viena, Viena, sólo tú
serás la ciudad de mis sueños


Elegantes, límpidos, se deslizan los primeros compases de la Sinfonía número 33 de Mozart. Los primeros compases de una Sinfonía que son, también, los primeros de la temporada 2016-2017 de la Orquesta de Extremadura. De esta orquesta que desde el año 2000 tantas satisfacciones nos ha proporcionado, tantas noches de buena música, de emociones, de evocaciones.
Es seis de octubre y aunque unos calores recalcitrantes se niegan a abandonarnos, el paréntesis veraniego toca a su fin. El curso escolar ha comenzado, ya caen algunas hojas de los árboles, los días se acortan y se inicia la ya añorada temporada de conciertos. No son las mesas ajenas a estas novedades y algunos briosos guisotes, temporalmente abandonados por los rigores estivales, van resurgiendo en las ollas.

Tras la galante sinfonía de Mozart, la OEX interpretó la Cuarta Sinfonía de Bruckner, soberbia, ampulosa.

Más o menos con un siglo de diferencia los dos músicos vivieron en Viena, compusieron en Viena y, también en ella, ambos hallaron el fin de sus días.

Viena.

Recuerdos de algunos viajes, la música vienesa, algunas coincidencias históricas, el principio del otoño, los primeros guisos, el centenario de la muerte del emperador Francisco José I. Todo se confabula y la memoria gustativa comienza a hacer de las suyas, quizá evocando la convulsa y apasionante Viena de la época.

Viena. A orillas del Danubio, donde se cruzan todos los caminos que recorren Europa. A finales del siglo XIX y principios del XX Viena, imperial y decadente, hierve: Klimt abandera la Sezessión, la Academia Imperial se aferra a su conservadurismo artístico; Brahms reina en lo musical y en lo político reina el emperador Francisco José I. Mahler es elegido director de la Ópera. Freud rebusca en  los sueños. Se destruyen las murallas y se construye la ronda Ringstrasse: los arquitectos  Semper, Hasenauer, Hansen, Schmidt y Ferstel entre otros dan rienda suelta a su creatividad y surge una Babel de edificios historicistas: un parlamento helénico, una iglesia votiva, una universidad, un par de museos y una ópera neorrenacentistas, un ayuntamiento neogótico, un teatro neobarroco… Adolf Loos, uno de los protagonistas de la modernidad arquitectónica, dijo con ironía: " las dos últimas décadas nos han salido en las manos ampollas renacentistas, barrocas y rococós por culpa de los picaportes de las puertas". Juan Valera, embajador español en Viena por aquellos años escribió "la ciudad es magnífica. Hay un gran trozo o extensión de ella que pasma por la belleza y lujo de los edificios y monumentos. No es mejor lo mejor de París".
A esta Viena trepidante llegó el autor de la sinfonía que la OEX interpretó en la inauguración de la temporada. Anton Bruckner, de profunda religiosidad y origen pueblerino, estudioso de Wagner, vino a crear más discordia en la efervescente vida cultural vienesa que se dividía entre sus partidarios y

los  del omnipotente Brahms. Mientras, en los cafés, bailes y parques triunfaba la amable música de Johan Strauss II y, en otros ámbitos, se iba gestando la que se llamaría música del porvenir de la mano de Mahler, Zemlinsky, Schreker y Schömberg.


Allí afluyeron artistas y pensadores de todos los territorios de los Habsburgo para formar un crisol cultural del que nacieron buena parte de las vanguardias del siglo XX … Sólo Viena fue capaz de expresar la pluralidad centroeuropea en su continuo cruce entre tradición y modernidad…” como nos señala Raquel Sánchez, Profesora de Historia Contemporánea de la Universidad Complutense de Madrid

Pero en Viena no sólo bullía la cultura, también las ollas hervían. La mesa del emperador Francisco José I se caracterizó por su fastuosidad en los almuerzos y cenas oficiales, mientras que en el ámbito privado el Habsburgo mostraba gustos más sencillos. En un libro de texto oficial de la escuela de cocina de 1912 encontramos: “Nie fehlt an der Privattafel Sr. Majestät ein gutes Stück gesottenes Rindfleisches, das zu seinen Lieblingsgerichten zählt”. (Nunca falta en la mesa privada de Su Majestad un buen trozo de carne hervida, que es uno de sus platos favoritos). Y así consta también en otras crónicas que el emperador era muy aficionado al Tafelspitz, un plato sencillo y nutritivo muy popular en las cocinas bávara y, sobre todo, austriaca. El nombre "Tafelspitz" significa literalmente la punta de la mesa que es como se denomina en Austria al corte de carne empleado en este guiso. En España corresponde a la tapilla. No resultó fácil identificar este corte a partir de las fuentes inicialmente consultadas. Y es de justicia citar una vez más la ayuda, imprescindible y certera, de los amigos (además de buenos profesionales) de carnicerías Donoso quienes, a partir de un par de recetas en vídeo y otras con fotografías, todas en Alemán, identificaron el corte. Posteriores consultas acabaron confirmando su elección. Pero aún más la confirmó la calidad de la pieza que nos procuraron, que resultó tierna y sabrosa, si bien poco centroeuropea pues era un corte de ternera retinta realmente delicioso.

El Tafelspitz es una preparación de hondas raíces tradicionales, sin artificios. Probablemente emparentada con el pot-au-feu francés y con el bollito misto italiano, aunque ambos platos incluyen más tipos de carnes en su elaboración. Y, puesto que el Dictionnaire de la cuisine française de 1866 cita como posible origen del pot-au-feu la olla podrida española, quién sabe si nuestro protagonista es primo lejano de este antiguo plato español; en cualquier caso, si son familia, poco conserva del barroquismo de la monumental olla podrida. (entiéndase la olla citada en la literatura y recetarios del Siglo de Oro, no la actual olla podrida burgalesa… en un próximo artículo nos ocuparemos de ella)

Tafelspitz

En agua abundante, en frío, disponemos tres o cuatro huesos frescos y una pieza de tapilla de entre uno y dos kilogramos (preferentemente de reses jóvenes), diez o doce granos de pimienta, tres o cuatro bayas de enebro, una hoja de laurel, unas ramas de perejil y sal. Llevamos a ebullición y dejamos cocer a fuego medio durante una hora y media aproximadamente, espumando de vez en cuando.

Añadimos zanahorias, nabos, puerros y ramas de apio. También podemos añadir apio nabo (cèleri-rave, celery root) si tenemos la suerte de encontrarlo, pero no es frecuente en nuestros mercados. Dejaremos cocer otra media hora. Los tiempos son aproximados, el único secreto del éxito de esta receta es controlar bien los tiempos de cocción, de forma que la carne quede tierna y no seca y las verduras bien cocidas, pero no deshechas… cada cocina, cada olla, cada peso tiene sus tiempos.

Se sirve la carne cortada en rebanadas acompañada de las verduras. Suele tomarse con salsa de rábanos picantes y con salsa de cebollino. La salsa de rábanos no es difícil de encontrar en algunos supermercados. También lo podemos acompañar con puré de manzana con rábano picante.

En cuanto a la salsa de cebollino os sugiero esta preparación realmente resultona: remojamos en leche unos 100 gr. de miga de pan blanco, los escurrimos y lo mezclamos con tres yemas de huevo duro y una o dos cucharadas de mostaza al estragón, sal al gusto y un poco de pimienta blanca molida.
Emulsionamos en batidora con dos yemas de huevo y aceite de girasol. Una vez conseguida una consistencia cremosa, añadimos y mezclamos con cuidado tres o cuatro cucharadas de cebollino picado.

En estas tierras somos más dados a las carnes estofadas, con salsas más complejas o a las brasas, asados y planchas, pero créanme si les digo que, sin desmerecer a ninguna preparación, estos guisos aparentemente simplones nos pueden sorprender muy gratamente.

Que no se me olvide ¡Prohibido tirar el caldo de cocción!

El caldo donde hemos cocido la carne y las verduras, una vez colado y desgrasado, podemos utilizarlo con excelentes resultados en cualquier guiso, tomarlo como consomé con un chorrito de Jerez o preparar cualquier sopa. Pero si queremos completar nuestro menú austriaco…

Frittatensuppe

La frittatensuppe, también llamada flädlensuppe es una sopa muy popular en Austria que se prepara con un caldo de carne y verdura y que, por lo tanto, nos permitirá aprovechar el caldo de nuestro tafelspitz. El caldo debe ser lo más límpido posible. Si después de colarlo no queda suficientemente claro, lo pasaremos por una estameña. La diferencia de esta preparación con respecto a nuestras sopas tradicionales es que en lugar de fideos, pan, arroz u otras pastas, utilizaremos una especie de crepe cortada en tiritas.

Hacemos una masa con ochenta gramos de harina, un cuarto de litro de leche, un huevo y una cucharadita de sal. En una sartén con un poco de mantequilla freímos finas tortitas de esa masa, que luego cortaremos en tiritas de medio centímetro de ancho.

Por último, ponemos en el plato unas tiritas de crepe, vertemos el caldo caliente por encima y decoramos con perejil picado.


Una dulce e imperial tontería: Kaiserschmarrn

Para finalizar podemos preparar un postre muy popular en Austria, el Kaiserschmarrn, que parece ser que tuvo sus orígenes en las cocinas de los palacios de Francisco José I. La traducción literal de Kaisershmarrn es algo así como “el disparate o la tontería del emperador.” Hay dos versiones sobre el origen de este juego de palabras: un Schmarrn es prácticamente una tortita revuelta y Schmarrn también se traduce como nadería, disparate o tontería. Se cuenta que la emperatriz Isabel de Baviera (Sisi), encargó un postre al cocinero de palacio y al ver el plato que éste ideó, lo rechazó; entonces el emperador dijo: "a ver qué tontería te han preparado hoy, que me la voy a comer yo", y se quedó encantado con el postre. He ahí una versión.

Otras fuentes atribuyen el origen directamente a un antojo de Francisco José: estando éste en plan caprichoso, una noche encargó un plato dulce al cocinero de la Corte, que inventó este postre y lo
denominó Käser Schmarrn, disparates o caprichos de queso, probablemente por el protagonismo de la leche. De ahí el posterior juego de palabras Kaiser Schmarrn, disparates, tonterías o caprichos del emperador.

En cualquier caso, parece que la receta que nos ocupa tiene un origen imperial, lo que no impide que hoy sea un plato muy popular en las cocinas austriaca y bávara. Por su contundencia, en muchas ocasiones, se utiliza más como plato principal que como postre. Recuerdo una cena tras una larga caminata cruzando el Steinernessmeer, plató rocoso situado en la frontera entre Alemania y Austria, en los Alpes Bávaros. En el refugio Riemannhaus, nos sirvieron una sopa muy similar a la descrita en este artículo, con Knodel en lugar de las tiritas de crepes antes descritas y un Kaiserschnarrn de proporciones gigantescas. Puedo asegurar que pese a la dureza de la ruta, repusimos fuerzas.

Para preparar la masa, mezclamos en un bol cien gramos de harina, cuatro cucharadas de nata y ciento veinticinco mililitros de leche con una pizca de sal.

Separamos las claras de las yemas de tres huevos. Añadimos las yemas a la mezcla anterior y montamos las claras en otro cuenco. Añadimos un poco de azúcar vainillado.

Añadimos las claras montadas a la masa poco a poco con movimientos envolventes.

Derretimos un poco de mantequilla en una sartén grande y bien caliente y vertemos en ella la masa. Por encima añadimos unas pasas que antes habremos macerado en ron.

Bajamos a fuego medio y cuando esta especie de crepe esté dorada por debajo, se le da la vuelta y se deja dorar un poco más. Al final, la rompemos en trozos y terminamos de dorar. Hay quien prefiere terminarla entera en la sartén y trocearla en un plato aparte.

Se sirve espolvoreada con abundante azúcar glas y acompañada con compota de manzana.


Y una recomendación final: tomen nota de todas las recetas, pero no las pongan todas en el mismo menú, que empezar y acabar la comida con masa de crepe (o similar) es mucha crepe. Un Strudel de manzana puede ser un excelente final. Y el mismo caldo del tafelspitz con una gota de amontillado y un picadillo de huevo duro y jamón puede ser también un excelente principio y, además, así “hispanizamos” el menú.

domingo, 16 de agosto de 2015

Carbonada flamenca o el principio de una aventura

Tras mucho tiempo sin escribir en este Cocidito, volvemos a empuñar la pluma en un descanso de tanto empuñar cuchillos y lo hacemos con recuerdos, con un artículo cuyas primeras líneas cociné hace cuatro meses.

Hay momentos breves que resultan muy largos. Abrir una puerta, introducir la llave en una cerradura puede ser un momento eterno cuando se trata de la puerta que abre una nueva aventura.


La hoja golpea rítmicamente sobre la tabla; a cada golpe le precede un suave crujido y el acero se desliza y se va amontonando una fina juliana de blancas lascas. Tan blancas, tan puras que nadie puede evitar la emoción y las lágrimas brotan sin pudor. Me acuerdo de Groucho y su madera y me entran ganas de exclamar “Más cebolla, es la guerra”. Así empieza la carbonada flamenca: cebolla, mucha cebolla, más cebolla. La carbonada es un guiso parco en la diversidad de sus ingredientes pero generoso en sus proporciones, para cada kilogramo de ternera, su protagonista, bien podemos calcular un mínimo de dos kilogramos de cebolla. 

Hace más de cuatro meses –este artículo va con retraso-, el viernes diez de abril, abríamos la puerta del COnvento Social Club y nos adentrábamos en algo más que un local. El Espacio COnvento es un lugar raro donde lo vetusto y lo nuevo se abrazan y dialogan en un diseño arquitectónico de Begoña Galeano y Julián Prieto. Entre sus muros, que guardan susurros de la vida cenobial de antaño, voces de humildes viviendas de corrala y silencios de tiempos de abandono, bullen desde hace poco más de un año las ideas de COcreación y vanguardia de Ángel Álvarez Taladriz y de Laura Gutiérrez Araujo. Es un lugar donde se cocinan proyectos de emprendimiento y se sirven eventos rompedores. Y, ahora, COnvento Social Club viene a añadir más cocina, la de nuestro modesto proyecto gastronómico.

Fuego suave, tiempo y mucho remover tornan la blanca firmeza en dorada languidez. Y así , cuando la cebolla haya perdido su altivez y esté doblegada, cercana a caramelizar, la apartamos y nos comenzamos a ocupar de la ternera.

Cada diente de la llave que se adentra en la cerradura, cada click adquiere un significado, unos avisan, otros alientan, otros gritan, ninguno calla. Es el breve e inmenso momento de la última reflexión antes de empezar a cortar, picar, hervir, asar, macerar…

En la carbonada debemos utilizar piezas que soporten largas cocciones, pues es un guiso a la vieja usanza, un guiso reposado, lento, de los que inundan el hogar de aromas de cocina antañona. Conversaciones en la carnicería con quienes saben de carnes: no hay nada como la charla con los amigos de Donoso para acertar en la elección; la espaldilla o la tapa son buenas candidatas. Hay fórmulas que la prefieren cortada para ragut y otras, fileteada. Es difícil saber cuál será la original de aquellos tiempos de los tercios de Flandes, si es que en esto de la cocina tradicional existen verdades absolutas, cosa que dudo mucho y, probablemente tampoco se utilizase ternera sino animales más entrados en años, quizá, también bueyes. Al final, un buen corte de espaldilla de ternera retinta, bien fileteada y golpeada para asegurar la ternura, preparado por sabias y expertas manos será el protagonista de esta carbonada.

Y es que cuando se va a cortar, picar, hervir, asar, macerar y lo que sea preciso para gentes tan diversas, algunos conocidos y la mayoría desconocidos resulta inevitable que se agolpen mil ideas, mil dudas y otras tantas reflexiones. Uno se pregunta por la receta que nos ha llevado hasta aquí: osadía e ilusión a partes iguales parecen ser los ingredientes principales, pero no faltan cierto pudor y, sobre todo, respeto. Mucho respeto a quienes nos confíen sus estómagos y paladares y a los cocineros.

Salpimentamos, enharinamos y freímos ligeramente los filetes, lo justo para domesticar los crudos sabores de la harina.

Y esos filetes enharinados, vestidos de blanco, nos vuelven a recordar a los cocineros y el pudor se acrecienta. Uno se considera intruso, atrevido al ponerse al timón de los fogones. Pero puede más la ilusión que la prudencia y pidiendo disculpas por la osadía a quienes tanto tiempo y tanto esfuerzo les ha llevado a merecer llamarse cocineros, sigo con mi carbonada.

En una cazuela de grueso fondo, que permita una larga cocción vamos disponiendo capas de ternera y capas de cebolla que cubrimos con una cerveza con cuerpo. La ortodoxia mandaría una buena cerveza belga pero la tierra llama y usamos una Ballut artesana, de Badajoz, por si acaso se entiende mejor con la retinta, que dudo haya escuchado voces valonas ni flamencas. Fuego y tiempo, hasta que reduzca. 


Fuego y tiempo. Tesón, trabajo y pasión serán necesarios para que este aventura alcance el nivel que nos proponemos. Pero como esta carbonada, hay proyectos que precisan de largas cocciones.

Reducida la cerveza, cuando ha dejado su esencia en el guiso y ha perdido casi todos sus líquidos, volvemos a cubrir con un rico caldo de verduras y dejamos cocer hasta obtener un salsa dorada y espesa y una carne tierna.

Un guiso sin prisa, un guiso de la cocina de la vieja Europa, una muestra de nuestro proyecto que bien vale para ilustrar nuestra aventura en el COnvento. Y digo nuestra porque en ella me acompaña otra osada a quien he logrado embarcar, Carolina, mi pareja sin quien ni éste ni otros proyectos serían posibles.
¡Más cebolla, es la guerra! Y el cuchillo sigue su rítmico golpeteo



domingo, 30 de marzo de 2014

Ossobuco ma non troppo


Para los que creemos que en la cocina, además de los saberes y los productos, intervienen las emociones con tanta trascendencia o más que aquellos, los recuerdos de infancia son una notable fuente de inspiración.

El domingo se presenta animado con invitados en casa. Y siendo la pareja invitada ambos músicos y de los de talento, se nos ocurrió que no estaría mal hacer sonar algunos aires italianos en la mesa pues bien sabido es que la península apenina ha sido cuna de grandes maestros, algunos de los cuales también simultanearon su arte musical con el de los fogones.

Mas no ha sido el elegido un plato atribuido a ninguno de los músicos gourmet italianos, sino una receta de las que pertenecen al acervo de mi infancia: el ossobuco. Cuando mis padres querían agasajar a un invitado, uno de los platos con más posibilidades de protagonizar la mesa era el ossobuco que a la sazón había adquirido cierta fama en su círculo de amistades.

La curiosidad, como siempre, me lleva a comparar la receta familiar con las que aparecen en la bibliografía y, cómo no, en la webgrafía. Y cuál es mi sorpresa que en ninguna encuentro un ingrediente que yo pensaba que, por su originalidad, caracterizaba esta receta: las anchoas. Al final de la cocción, mi madre añadía un machado de ajo y anchoas disuelto en vino blanco.

El ossobuco, hueso hueco, es un corte transversal del jarrete de vacuno cocinado en un salsa de tomate. Todas las recetas que he encontrado coinciden en la cebolla, tomate y vino blanco como ingredientes básicos de la preparación. Unas cuantas añaden también zanahoria y apio. Y la mayoría coinciden en el toque diferenciador de la gremolata, un picadillo de ajo, perejil y ralladura de limón… y tampoco la receta familiar coincidía totalmente con esta gremolata pues no incluíamos el ajo en el picadillo.

Puede pues que este clásico del repertorio familiar no fuese un auténtico ossobuco según las más puras recetas. No obstante, por si algún lector quiere probar, y creo que merece la pena, daré la receta de este ossobuco que no lo es tanto, de este ossobuco ma non troppo.

Y si alguien puede aportarme alguna luz sobre dónde pudo encontrar mi madre esa receta con anchoas, estaré muy agradecido.

Ingredientes (para cuatro personas):

4 piezas de ossobuco
Una cebolla
250 gr de tomate frito
Una lata de anchoas
Un diente de ajo
Vino blanco seco
Ralladura de limón
Arroz y azafrán
Perejil fresco
Harina, sal, pimienta y aceite de oliva virgen.

En esta ocasión la carne fue un excelente corte de jarrete de ternera gallega de carnicerías Donoso (una carnicería especialmente recomendable cuando queremos asegurar el plato); el vino, un chenin blanc de Sudáfrica y el tomate, un bote de conserva casera (Importante el tomate: salvo que se tenga especial inquina a los invitados, no utilizar uno de esos purés rojos que se comercializan como tomate frito).

Preparación

Se fríen a fuego fuerte un minuto por cada lado las piezas de carne previamente salpimentadas y enharinadas y se apartan. En ese mismo aceite se sofríe lentamente la cebolla y se añade el tomate frito. Se añaden las piezas de carne y un vaso de vino blanco; si es necesario se completa con caldo de carne. Una vez que la carne esté tierna (precisa una larga cocción salvo que utilicemos olla exprés), se añaden las anchoas machacadas con el ajo y disueltas en un poco de vino blanco y se da otro hervor. El guiso quedará con una textura más fina si se tritura la salsa y se pasa por un chino.

Se presenta con una guarnición de arroz hervido con azafrán y se espolvorea el plato con ralladura de limón y perejil finamente picado.
En las copas fluyó un tinto Pilheiros 2005 de la D.O. Douro (Portugal) con suficiente personalidad para entedérselas con el tomate.

Si para el plato principal de esta comida dominical recurrí a la memoria familiar, para los entrantes y el postre preferí experimentar. Y de los entrantes, comparto la receta del que me ha resultado más interesante: un trigo bulgur con ajillo de langostinos.

Ingredientes:

Trigo bulgur; langostinos; ajo; perejil y aceite de oliva virgen.

Preparación

Una vez cocido y reservado el trigo bulgur, se pelan los langostinos y se reservan los cuerpos. En un aceite de oliva no muy caliente se sofríen unos ajos cortados en ruedas. Cuando empiecen a dorarse, se apartan. En el mismo aceite se sofríen las cabezas de los langostinos presionándolas para que suelten todos sus jugos y sabor. Se retiran las cabezas y si es preciso se cuela el aceite para eliminar restos de peladuras de los crustáceos. En ese aceite se sofríe el trigo a fuego fuerte durante unos dos minutos y se emplata. En una plancha bien caliente se pasan los cuerpos de los langostinos, que pondremos encima del trigo. Podemos decorar con un aceite de ajo y perejil y con las láminas de ajo fritas que habíamos apartado.


El postre anduvo a medio camino entre la tradición y la innovación: una torrija de las de toda la vida acostadita en sobre una crema inglesa y arropada con una sopa de fresa con pimienta rosa. De la torrija y de la crema inglesa no creo que sea preciso dar la receta, así que solo refiero la de la sopa de fresa: fresones cortados en daditos, igual peso de azúcar que de fresón un chorrito de Pedro Ximénez y unas vueltas de molinillo de pimienta rosa. Cocer hasta conseguir una textura líquida, espesa con los trozos de fresa blandos sin llegar a deshacerse.