"¿Qué has puesto para comer?
- ¡Oh! No te apures... El cocidito de siempre."


Tormento. Benito Pérez Galdós

viernes, 11 de diciembre de 2020

Isicitia ad diem mortem sanctae martyris Eulaliae celebrandum (Albóndigas para celebrar el día de la Mártir Santa Eulalia)


Mérida, una mañana neblinosa de principios de diciembre.

Las nieblas de la mártir las llaman en estos lares, porque la mártir, Santa Eulalia, es patrona de Mérida y se celebra el diez de diciembre. Me gusta la niebla. Me gustan las mañanas de niebla, de frío húmedo, su velo de misterio; en las calles silenciosas el silencio es más silencio y el tiempo más lento.

Como hace siete años (y seis días, para ser exactos, pues estas líneas comienzo a escribirlas el dos de diciembre) dos Jaimes desayunan: uno, el que suscribe, el otro, que además repite tostada de aceite como aquel 26 de noviembre de 2013, el culpable de este blog.

Un breve paseo, Jaime (el de la tostada) guía. Pasamos bajo el arco de Trajano, nos dirigimos a la calle Holguín, hasta donde se rompe la línea de fachadas y el suelo se abre develando secretos dos mil años atesorados. Es ahora Lucio Corbelio Bocco quien me habla de culto imperial, de la gran plaza a la que daba entrada el arco de Trajano, de grandezas y vicisitudes de Emerita Augusta.

Y los Jaimes salen del templo, hacia la niebla que viste de organza la desnudez otoñal de los jardines de la plaza de la Constitución. Uno, el de la tostada o Corbelio Bocco que viene ser el mismo, habla de proyectos y mil asuntos; el otro, el que suscribe, se ha quedado en Emérita Augusta y piensa que este Cocidito nunca se ha adentrado en las cocinas del imperio.

Nos hemos aventurado en las cocinas del medievo, en las influencias arábicas, en el Siglo de Oro… pero, salvo alguna tímida mención, no hemos fisgoneado en los fogones romanos. Y enardecidos por los relatos de Lucio Corbelio Bocco acometemos la lectura de De Re Coquinaira en la edición de Bárbara Pastor Artigues (Ed. Coloquio. Madrid, 1986).

Nos enfrentamos a la lectura del más antiguo de los libros de cocina conocidos, escrito entre los siglos I y III d.C. La traducción que nos ocupa se basa en una edición abreviada publicada en el siglo III. Sobre el autor existen dudas, según afirman los expertos, pues aunque no cabe duda de que es Apicius, no sabemos de qué Apicius se trata. Del prólogo de la edición de Pastor Artigues extraemos: “Conocemos a un Apicio del año 95 a.C., que vivió bajo Sila. Otro de tiempos de Tiberio, y un tercero de tiempos de Trajano. El más famoso es el que vivió bajo Tiberio, conocido por el nombre de Gavius Apicius, nacido el año 25 a.C. Dan testimonio de él Tácito, Plinio, Suetonio y Séneca, a través de los cuales sabemos que ofrecía banquetes suntuosos e impartía cursos de gastronomía.

¿Interesa saber más acerca de Apicio? Quizás debamos mencionar que su final desgraciado nos acerca el recuerdo de quien vivió por y para dar gusto al estómago y a la vista: se suicidó por miedo a vivir privado del lujo del buen comer, cuando consideró insuficientes los sestercios que le quedaban. Fue un hombre que despilfarró una gran fortuna en comer a su gusto. Podemos leer su muerte en “Consolatio ad Helviam”, de Séneca
.”

Después de la lectura de De Re Coquinaria extraemos algunas conclusiones:

- Nos encontramos ante un libro de cocina que poco tiene que envidiar en su forma y contenido a muchos libros de cocina actuales y, a nuestro parecer, mucho mejor estructurado que buena parte de los recetarios medievales que hemos tenido oportunidad de consultar.

- Lejos de encontrarnos con una cocina primitiva y basta, se observa refinamiento y una preocupación constante por los efectos sobre el estómago.

- Las mayores diferencias entre la cocina actual y la romana pueden estribar, por una parte, en la profusión del uso de hierbas aromáticas y especias, que podría desvirtuar los sabores del ingrediente principal pero también ayudar a su conservación o a disimular los tufillos ocasionados por el paso de tiempo. Y, por otra parte, los puntos de cocción: los romanos no eran muy aficionados a las carnes vuelta y vuelta, es más, cocían antes de asar. Ciertamente, preferimos no imaginar un tartar o un tataki de carnes conservadas en la cella penuaria (despensa) de una domus (casa) emeritense en el mes de julio, incluso sabiendo que tales dependencias solían orientarse al norte y carecían de ventanas.

- Nos encontramos ante un libro de cocina del que gran parte de las recetas podrían adaptarse a la cocina actual. Salvando el uso de algunas partes pudendas del cerdo, más bien de la cerda, que han caído en desuso incluso de los mayores entusiastas de la casquería.

- Es imposible imaginar el Imperio Romano sin garum. El garum o garo está presente en más del noventa por ciento (no es una exageración) de las recetas del libro.

- Ah, y lamentamos contradecir a Obelix, de quien somos fieles seguidores: No, no están tan locos estos romanos; no, al menos, en materias del yantar.

Resulta realmente llamativa la omnipresencia del garum. Se trata de un licuado (liquamen) procedente de la fermentación de vísceras y sangre de pescado y pescados pequeños aromatizado con hierbas y especias. Lo que en una primera impresión puede resultar repugnante, no debía serlo en absoluto: no olvidemos que la salsa Worcestershire (o salsa Perrins) procede de una fermentación de varios ingredientes vegetales y anchoas. También se comercializan varias salsas orientales que proceden de la fermentación de pescado y la salsa de soja se elabora con soja fermentada.

Mucho se ha escrito sobre el garum. Algunos importantes cocineros han hecho sus ensayos. Un biólogo de San Vicente de Alcántara y formado en la Universidad de Extremadura, Álvaro Rodríguez Alcántara, y otros investigadores en un trabajo conjunto con la Universidad de Venecia crearon en 2015 a partir de unas ánforas encontradas en Pompeya una fórmula que aseguran que podría ser casi idéntica al garum de la época imperial. La fórmula actualmente la comercializa una firma jerezana y no hemos tenido oportunidad de probarla, pero no duden de que lo haremos en breve.

En las preparaciones del libro de Apicius no aparece apenas la sal, que es sustituida por el garum, una práctica muy similar al uso de la salsa de soja en parte de la cocina oriental. Se trata en definitiva de un potenciador del sabor que en nada debe hacernos pensar que los romanos lo aderezaban todo con pescado podrido como se ha llegado a asegurar.

Mucho podría escribirse sobre De Re Coquinaria, pero va siendo hora de ponerse manos a la obra o más bien a los fogones.

No sabíamos muy bien qué receta elegir para la ilustración sápida de estas líneas, así que cogiendo un poco de una receta, una idea de otra y, sobre todo, el estilo que parecía imperar en muchas de ellas, hemos creado nuestra propia fórmula de “Isicitia ad diem mortem sanctae martyris Eulaliae celebrandum” (albóndigas para celebrar el día de Santa Eulalia). Una receta de ensayo que nos ha sorprendido muy gratamente.

El nombre latino es mérito de Isabel Pozas González, que amablemente se ha prestado a la extraña petición de traducir el nombre de una receta de albóndigas y es que siempre viene bien tener una buena amiga licenciada en Filología Clásica, primera de su promoción para más señas. Muchas gracias, Isabel.

Algunas notas previas:

Elegimos unas albóndigas (Isicia) por la abundancia de estas preparaciones en el libro de Apicius. Las encontramos de varios pescados y de todo tipo de carnes. Generalmente acompañadas de alguna mezcla de verduras troceadas. Nos decantamos por la carne de cerdo por ser la más presente en el libro además de las aves y la caza, aunque nos permitimos añadir algo de vacuno por cuestiones de sabor y textura.

No disponemos de garum y descartamos por higiene intentar una fermentación casera de pescado. Leemos varios sustitutos de garum ideados por algunos prestigiosos cocineros y la fórmula más repetida es una salsa de anchoas y aceitunas negras con hierbas y especias. En definitiva, una variante de una tapenade provenzal. Por tanto, decidimos hacer nuestra propia versión utilizando anchoas y cambiando las aceitunas negras por manzanilla verde que, puesto que en su curado sufre una fermentación láctica, creemos que puede aportar unos matices de aromas de fermentación.

Albóndigas para celebrar el día de Santa Eulalia

Ingredientes

Albóndigas:

200 gramos de carne picada de vacuno, 300 gramos de carne picada de cerdo y 100 gramos de panceta ibérica picada.
Dos o tres cucharadas de pan rallado.
Un huevo.
Abundante perejil picado.
Una escalonia picada (Chalota es un galicismo).
Pimienta negra recién molida al gusto.
Una cucharilla de granos de mostaza.

Sofrito:

Un puerro
Medio bulbo de hinojo
Una rama de apio
Aceite de oliva virgen extra (Me niego a utilizar el término “AOVE”)

Sustituto de garum:

Una o dos latas de anchoas y el aceite de las mismas.
10 - 15 aceitunas verdes dehuesadas (hemos utilizado aceitunas rellenas de anchoa).
Unas gotas de salsa Perrins.
Orégano al gusto.
Agua o caldo de pescado en la cantidad justa para poder triturar todos los ingredientes en batidora.

Elaboración

Mezclamos de forma homogénea todos los ingredientes de las albóndigas y damos forma.

Enharinamos y freímos en aceite de oliva, lo justo para dorar la harina y eliminar el sabor de su crudeza. Reservamos.

Picamos en brunoise el puerro, el hinojo y el apio. Sofreímos en el mismo aceite donde se han frito las albóndigas.

Una vez que las verduras hayan perdido su rigidez, añadimos las albóndigas y cubrimos con un vino blanco seco. Dejamos hervir unos minutos y añadimos nuestro “pseudo-garum” diluido con un poco de vino blanco. Movemos la cazuela para que se integren todos los ingredientes y dejamos unos minutos a fuego lento.

Podemos retirar las albóndigas y triturar la salsa para obtener un resultado más fino. Nosotros lo hemos dejado “al estilo tradicional”.


Maridaje:

Si estuviésemos en los tiempos de Apicius, recomendaríamos uno de los muchos vinos aromatizados que eran habituales en la época, probablemente porque la técnica enológica del momento no debía ofrecer vinos demasiado bebibles sin añadir miel, rosas, clavo…

Pero no muy lejos de Mérida, la bodega Pago de los Balancines nos ofrece un blanco que se nos antoja idóneo para acompañar este plato: su Alunado Chardonnay.

martes, 24 de noviembre de 2020

Una canción y los repápalos. (Dedicado a Katie James)


Eufemia Corrales Pérez conducía con diligencia el carro del supermercado por los pasillos de los lineales atestados de productos asépticamente envasados en brillantes plásticos multicolores, sistemáticamente ordenados y primorosamente iluminados. A sus setenta y siete años se había adaptado a la perfección y quizá con gusto a los hábitos urbanos del siglo XXI, aunque, a veces, el destello broncíneo de los platos de la balanza del señor Lucio, que regentaba la tienda de ultramarinos de la esquina de la calle Delicias, su bata azul plomo, su papel de estraza y sus estanterías atiborradas se abrían paso desde algún recodo de la memoria con el regusto agridulce de la nostalgia. Recuerdos de un Madrid en blanco y negro al que llegó más pobre que las ratas hace ya más de diez lustros.

Su recorrido por el “super” era decidido, metódico, rápido y eficaz, aunque aquel día, como todos los primeros sábados de cada mes, era más errático y desordenado. Porque, como todos los primeros sábados de cada mes, le acompañaban Alejandrito y Sheyla, sus adorados nietos. Ora aquel paquete de dulces plastificados de uno en uno dentro de sus alveolos de plástico, a su vez convenientemente envasados en un plástico transparente, ora un fiambre lustroso y rosado en su inmaculado envase de plástico… y la parada ritual para elegir el postre del día frente a la estantería de cajitas de polvos para hacer natillas, gelatinas, flanes y cremas de ciento un sabores.

En una esquina se apilaban varias torres de cartones de huevos en oferta.

- ¡Abuela! Las fábricas de huevos deben ser muy grandes ¿no?

- Si… No. No, Alex, no hay fábricas de huevos.

Y se vio pequeña, con aquella faldita raída y la rebeca gris metiendo la mano en los templados nidales. El olor dulzón de la paja, el acre del estiércol; la salmodia de las gallinas. La sombra de la higuera en el verano y el brasero de picón en el invierno. El caldero siempre humeante que colgaba de los llares. Las manos agrietadas de su abuela rezumantes de suero y cuajada cuando en silencio la miraba absorta preparar los moldes del queso. El cocido de cada día. Vívidos retazos de un tiempo pasado que no fue mejor pero tampoco peor.

- ¡Abuela!

- Ya te lo contará, Papá. - Y Alejandrito sabía que no había más que preguntar.

Pasaron por la estantería de las cajitas de polvos y pasaron de largo…

Eufemia apretó el paso. Resuelta, tan resuelta como cuando hace muchos años, tantos que ni se acuerda, cogió al Eulogio, un hatillo y unos pocos ahorros y partió a buscar fortuna a un mundo de inciertas promesas de asfalto y hormigón.

- ¡Abuela!... El postre…

Eufemia no recuerda cuando los cocinó por última vez, pero hay saberes y sabores que no se olvidan.

- ¡A casa! Hoy probaréis repápalos con leche.


Repápalos, sapos o sapillos en leche, que los tres nombres, y quizá alguno más, recibe según el lugar donde se cocinen; este postre me sugiere como pocos tradición, cocina de subsistencia, de aprovechamiento. Cocina de cuando había que aprovechar el pan de anteayer, de huevos recién cogidos y leche recién ordeñada. Por eso y quizá por la sonoridad de su nombre fue el postre que se me vino a la mollera cuando decidí escribir estas líneas después de escuchar una voz de panela y cristal, una guitarra más acariciada que rasgada, un ritmo de bambuco y una letra que canta a las raíces, al campo, a las labores y a los platillos de siempre: es Katie James y la canción, Toitico bien empacao.

Arropado en una sonora, casi divertida, sucesión de productos del campo colombiano viaja un mensaje más profundo; en palabras de la propia Katie: “…habla de la desconexión entre las personas de las ciudades y el campo, que viven alejadas del campo, de sus raíces… Hay un desconocimiento profundo del trabajo del campo, de los campesinos, de cuanto sudor hay detrás de nuestra sopa diaria…”. (Entrevista en Vaiven Perú, 9 de febrero de 2020).



Katie James es irlandesa, llegó siendo muy niña a Colombia y se educó entre música y plantaciones en las sierras de Tolima. Comenzó a tocar el violín a los nueve años y a componer a los trece. Su música transita por el blues, las influencias irlandesas y el pop y brilla con una luz especial con los ritmos colombianos. Reside en Bogotá, donde completó su formación musical, pero se iluminan su mirada y su voz cuando nombra las montañas de Huila y los campos de Tolima y lo transmite en muchas de sus composiciones como la emotiva Me voy al monte o en sus sentidas versiones de Al sur de Jorge Villamil o Pueblito viejo de J.A. Morales. Mucho podríamos hablar sobre el talento y la música de Katie James, pero será mejor que el propio lector la descubra en las plataformas digitales, en su canal de Youtube o en las redes sociales en las que mantiene una intensa actividad.



Repápalos, sapillos o sapos en leche

Receta de hondas raíces que encontramos no solo en Extremadura sino en muchos otros lugares de la geografía española. Es uno de los muchos postres de ambos lados del océano que comparten leche aromatizada con cítricos, anís o canela: el arroz con leche, la leche frita en España o la mazamorra en Colombia. 

Ingredientes:

Pan de buena y prieta miga del día anterior
Huevos
Leche
Azúcar, canela, anís, peladura de naranja o limón.

Elaboración:

Se remoja la miga en huevo batido al que puede añadirse algo de leche y un poco de azúcar. Si se quieren más esponjosos se puede añadir un poco de levadura química (gasificante). Debe quedar una masa homogénea lo suficientemente espesa para poder darle forma con dos cucharas. Cuanto más blanda seamos capaces de manejarla, más suaves y agradables quedarán.

Formaremos bolas o quenelles (o lo que nuestra habilidad nos permita) de la masa ayudándonos con dos cucharas y las freiremos en aceite no excesivamente caliente para que no se doren demasiado rápido. Las iremos depositando en un recipiente con papel absorbente para recoger el exceso de aceite.

Habremos infusionado la leche con canela o anís, o ambos y peladura de naranja o limón… depende de los gustos. Una vez que la leche ha dado un hervor dejaremos reposar una o dos horas para que se integren los sabores. Añadiremos azúcar al gusto.

Añadiremos los repápalos a la leche y les daremos unos hervores. Si queremos dar un poco más de cuerpo a la leche, podemos batir dos o tres yemas de huevo con azúcar y diluiremos en un poco de leche fría o templada. Añadiremos esta mezcla al conjunto moviendo suavemente y a fuego muy bajo para que no se cuajen las yemas. Tras tres o cuatro minutos de cocción suave, apagamos y dejamos reposar hasta el día siguiente.

Fusionando y transgrediendo 

Si la inspiración para este artículo llegó con una melodía colombiana, permítanme ser moderadamente transgresor y servir los repápalos acompañados de dulce de papaya.

En Colombia utilizaríamos papayuelas, fruta similar a la papaya pero más pequeña y sabrosa e imposible de encontrar en estos lares. 

El dulce de papayuela es un postre muy extendido en Colombia y de elaboración muy sencilla: Se pelan las papayuelas (papayas en nuestro caso) y se cortan en tiras siguiendo la fibra. Se ponen a cocinar en agua no muy abundante durante 30 minutos o hasta que queden blandas, se le añade un poco más de agua y el azúcar.

Se dejan a fuego lento unos 30 minutos sin mover quitando la espuma que se puede formar. Se añaden unas gotas de limón. 



¿Qué tal su café?, ¿cómo estuvo su agua e’ panela?
Qué buenas arepas las que prepara doña Rubiela
¿Qué tal el ajiaco, con el frío de la mañana?
Y el sabor de la papa que traje fresquita allí e‘ la sabana.

Discúlpeme, si interrumpo su desayuno
Pa' salir de las dudas es el momento más oportuno
Dígame usted, si conoce la molienda
¿O el azúcar es solo una bolsa que le compran en la tienda?

Y cuénteme, ¿qué sabe de su tierra?
Cuénteme, ¿qué sabe de su abuela?
Cuénteme, ¿qué sabe del maíz?
¿O acaso ha olvidado sus antepasados y su raíz?

Dibújeme el árbol del cacao
Mientras se toma ese chocolate con pan tostao
Dígame su mercé, ¿qué sabe del azadón?
Ese es el que le trae a usted la sopita hasta el cucharón.

Y cuénteme, ¿qué sabe de su tierra?
Cuénteme, ¿qué sabe de su abuela?
Cuénteme, ¿qué sabe del maíz?
¿O acaso ha olvidado sus antepasados y su raíz?

Venga, le cuento los cuentos del huerto y de la malanga
La yuca, la yota, los chontaduros, la quinua, las habas y la guatila
Le tengo el guandú, las arracachas y la calabaza
Le traigo guineos, también chachafrutos y unas papitas en la mochila.

Ay, perdón señor por ser yo tan imprudente
Es que a veces me llegan estos pensamientos irreverentes
¿Pa' qué va usted querer saber sobre el arao?
Si allí en la esquina lo encuentra toitico bien empacao.

Glosario

Arracacha: de nombre científico Arracacia xanthorrhiza. Planta de las apiáceas de la que se consume principalmente la raíz de forma similar a la zanahoria aunque más gruesa. Tiene múltiples usos culinarios: desde purés y sopas, guisos, harinas…

Chachafruto: de nombre científico Erythrina edulis. Árbol que alcanza los 25 metros de altura del que se consume su fruto que forma vainas de hasta 50 cm de largo. Los cotiledones se consumen sancochados, fritos y en numerosas preparaciones dulces.

Chontaduro: de nombre científico Bactris gasipaes. Fruto drupáceo de alto valor nutritivo tanto en vitaminas y minerales como en proteínas. De la misma planta se consume el cogollo, conocido como palmito. 

Guandú: sopa de la zona atlántica colombiana elaborada con verduras y carnes.

Guatila (o Yota): de nombre científico Sechium edule. Planta cucurbitácea de frutos comestibles. En cocina se utiliza como hotalizas en sopas, purés o guisos con otras verduras.

Guineo: plátano

Malanga: de nombre científico Colocasia esculenta. Tubérculo comestible. En cocina se utiliza como cualquier otra hortaliza, siempre cocinada ya que en crudo resulta tóxica. Suele formar parte del popular sancocho.

Molienda: cualquier proceso de molturación para obtener harinas o jugos de vegetales. En la canción y en general en Latinoamérica suele referirse a la caña de azúcar.

Panela: jugo de la caña de azúcar evaporado, concentrado y cristalizado. También puede encontrarse elaborado a partir de savia de palmera en oriente (India Pakistán…) también recibe los nombres de piloncillo, papelón, raspadura o chancaca, entre otros. A diferencia del azúcar mascabado, el azúcar moreno y el azúcar blanco no sufre ningún proceso de purificación.

Papitas: patatas.

Quinua: de nombre científico Chenopodium quinoa, también conocida como quinoa. Semilla con alto valor nutritivo que puede emplearse en cocina con usos similares al arroz.

Yota (o Guatila

Yuca: de nombre científico Manihot esculenta. También conocida como mandioca (nombre de origen guaraní. Yuca es de origen maya). Debe consumirse totalmente cocinada por su carácter tóxico en crudo. De su harina se obtiene el tapioca.

viernes, 11 de septiembre de 2020

El gazpacho y algunas reflexiones sobre las cocinas regionales


Y seguimos hablando de gazpachos. Mientras escribía el artículo precedente llegó a mis manos por obra de mi cuñado Daniel, pendiente de mis inquietudes culinarias, un artículo firmado por D. Carlos Maribona, crítico gastronómico de ABC, profesor de la Universidad San Pablo CEU y Premio Nacional de Gastronomía entre otros muchos datos de un brillante y nutrido curriculum. El artículo en cuestión suena, a priori, refrescante: Seis sopas frías fáciles de preparar para aliviar el calor del verano, pero su subtítulo me provoca cierta calentura: “Del gazpacho al ajoblanco, la mayoría de las sopas frías españolas tienen su origen en Andalucía”, destemplanza que no se suaviza en las primeras líneas: “La mayoría de las sopas frías españolas proceden de Andalucía, [en negrita en el original] donde los campesinos necesitaban platos con el suficiente aporte energético para sus tareas en el campo pero que a la vez mitigaran las elevadas temperaturas.” Y eso que a estas alturas hay pocas cosas que me provoquen caldeo, a excepción de los churretes de espantosas reducciones de Módena indiscriminados y sin sentido que siguen decorando multitud de platos.

En la misma línea se pronuncia D. Carlos Azcoytia, Premio Nacional de Periodismo Gastronómico Álvaro Cunqueiro, director de historiacocina.com y con un extenso historial de publicaciones gastronómicas: “Está comprobado que su origen geográfico [del gazpacho] está ubicado en la región sur de España llamada Andalucía, lugar olvidado de todas las administraciones y condenada, hasta hace poco, al mero papel de despensa agrícola...
[…]
El clima es variado, ya que la zona del nacimiento del gazpacho es tórrida en verano y con temperaturas suaves en invierno, lo que hace que en lo que respecta a la alimentación, en la época de la recogida de la siembra, sea necesario ingerir alimentos muy ricos en agua y sales para evitar la deshidratación y cuyos componentes esenciales fueran todos de temporada, todos vegetales y de fácil preparación , no debemos olvidar que en esta región, y de forma paradójica, se pasaba hambre mientras siendo abastecedor de alimentos de todo el reino.” (Pasamos por alto el concepto de clima, pues hemos venido a hablar de gazpachos y no de otros menesteres).

No puedo evitar cierto pudor al cuestionar a eruditos de tan extenso curriculum, pero hay afirmaciones que no tienen cabida en mi exiguo magín: digo yo que si los orígenes del gazpacho están en un plato que aporte energía a la par que mitigue los calores andaluces, no es muy descabellado pensar que sus orígenes exceden con mucho a los límites de la región andaluza. Al menos en Extremadura y en amplias zonas de las dos Castillas, las necesidades no habrían de ser muy diferentes y tampoco la disponibilidad de sus ingredientes. Porque en honor a la verdad, las temperaturas y la dureza del trabajo agrícola no entienden mucho de fronteras y menos de sentimientos regionalistas.

No crean que me mueven planteamientos chauvinistas ni mucho menos afán de atribuir a Extremadura el origen del gazpacho, ni tampoco de arrebatárselo a Andalucía: allí donde hubiera ajo, pan, aceite, vinagre y sal, calor y quizá una mijina de hambre habría gazpacho, el primigenio: algo de pan, ajo, aceite, vinagre, sal y agua y, más tarde, cuando comenzara a popularizarse el cultivo y el consumo de los frutos traídos allende los mares, a la sazón el tomate y el pimiento, evolucionaría hasta los actuales. Dicho sea todo ello con la salvedad de los gazpachos manchegos, que son guisos calientes y con carnes generalmente de caza y que, pese a coincidir en nombre, poco tienen que ver con lo que nos ocupa.

¿Podrían ambos autores referirse a Al-Andalus en lugar de la Andalucía actual? Me surge la pregunta por dos cuestiones, la primera, obvia, por ser Al-Andalus el origen etimológico del topónimo Andalucía. Matizo etimológico para diferenciarlo de un origen geográfico pues fueron notables las fluctuaciones de sus fronteras desde 711 a 1492.

La segunda cuestión que me invita a pensar que cuando ambos (y otros muchos que no cito por lo prolijo de nómina) autores atribuyen al gazpacho un origen andaluz podrían querer decir andalusí basándose en la voz del árabe hispánico gazpáčo que la Real Academia de la Lengua cita como posible etimología:

Quizá del ár. hisp. *gazpáčo, y este del gr. γαζοφυλάκιον gazophylákion 'cepillo de la iglesia', por alus. a la diversidad de su contenido, ya que en él se depositaban como limosna monedas, mendrugos y otros objetos.” Real Academia Española. (2001). Diccionario de la lengua española (22.a ed.)

Ambos motivos podrían justificar la afirmación de un origen andalusí del gazpacho asumiendo que tal origen se referiría un ámbito geográfico mayoritariamente situado en la mitad sur peninsular y de contornos un tanto difusos y fluctuantes. Algo que podría ajustarse bastante más al origen que buscamos, al menos, en una historia más o menos reciente porque no podemos olvidar que en tiempos del imperio romano ya había fórmulas similares.

La propia Real Academia es prudente en su etimología introduciendo el epígrafe con el adverbio de duda quizá. No en vano, Almudena Villegas, Licenciada en Geografía e Historia y especialista en Dietética y Nutrición, miembro de número de la Real Academia de Gastronomía Española y de la Real Academia de Gastronomía y Turismo de Andalucía, asesora de la Cátedra de Gastronomía de Andalucía y colaboradora de la Cátedra Ferrán Adrià de la Universidad Camilo José Cela, entre otras muchas referencias de un extenso curriculum, afirma: “En la antigua lengua acadia hay un verbo, el kasâpu, que significa romper algo (un alimento) en trocitos para su posterior distribución, lo que remite a la partición del alimento en el curso de una comida en común, en la que cada uno llevaba su parte –aquí vemos la convivialidad en la mesa, como ocurre en la cocina andaluza popular-. En este sentido, es posible analizar la etimología del gazpacho, siendo el primer elemento de la palabra gazpacho, caspa, gaspa, la cual es común con voces como la asturiana caspia “orujo de la manzana”, con el siciliano caspu orujo de uva, y con otras formas parecidas en antiguo francés que designan los residuos diversos de la leche o de los cereales. Designaría cualquier clase de trocitos y luego el término se especializaría para designar exclusivamente las escamas del cuero cabelludo. En todos los casos hay un elemento común de ciertos trozos o residuos. En este sentido la palabra se referiría a los trozos de pan y o de otros productos que forman parte del gazpacho. Por otra parte, el sufijo -acho es mozárabe y se extiende por el área de Andalucía, aunque no exclusivamente. Sería una derivación mozárabe de una palabra que designaba trozos sueltos de algo y que se especializa a partir del s. XVI en un tipo específico de comida, que nos viene a dar igualmente en el gazpacho.

Aunque el autor ya citado, D. Carlos Azcoytia, no duda en afirmar: “La temeridad de muchos a la hora de encontrar el origen del nombre de esta sopa siempre me dejó bastante perplejo, los hay que dicen que viene de la palabra caspa o de otros lugares que ni imaginar puedo, como de Portugal porque hay cada investigador que tira de espaldas, seres temerarios que tendrán muchas carencias culturales pero lo que es miedo al ridículo nunca. Antes de abordar una tarea lingüística siempre es más cómodo acudir en primer lugar al Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. Es simple, solo conectarse a su web y escribir la palabra que deseamos saber su significado y origen, algo que muchos ignoran, así que si buscamos el nombre gazpacho lo encontramos con la siguiente definición...” Y el autor transcribe textualmente la definición que con anterioridad hemos reproducido... solo que me parece que adolece de la prudencia que muestra la RAE con su “quizá”.

Pero dejando al margen las cuestiones etimológicas y volviendo a los orígenes geográficos del plato en cuestión, mucho más ecuánime que los otros autores citados se muestra Almudena Villegas: “El gazpacho, como vemos ha recorrido una larga senda: del campo a la corte, de servirse en cuencos realizados con corcho de encina [¡Ay, qué dolor!], como sucedía en las grandes dehesas de Andalucía y Extremadura, a emplatarlo en otros de porcelana del Buen Retiro; el camino del gazpacho ha sido el de la estrella, el de la popularidad y el camino brillante. Modelo de la cocina española por excelencia, referencia continua del espíritu andaluz, el gazpacho ligero, realizado con hortalizas frescas, y fácil de conseguir, ha logrado ser uno de los representantes gastronómicos internacionalmente reconocidos, de antigüedad inmemorial, plato repleto de contenido histórico y antropológico. Podemos conceder que en su origen era una elaboración refrescante típicamente mediterránea, pero con el paso de los siglos se ha hecho andaluza, y así, los andaluces, lo hemos sentido. Hasta tal punto que se identifica a una tierra Andalucía, por su gastronomía, en este caso los gazpachos.

Cuenco de corcho, primera mitad del siglo XX. Santibáñez el  Bajo (Cáceres). Colección familiar Fenollera

No resulta nada fácil seguir la pista del gazpacho, pues como dice Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana, 1611, se trata de un plato propio de clases humildes (“... es comida de segadores y gente grosera...”) y la mayoría de los recetarios anteriores al siglo XVIII está escritos por cocineros de cocinas cortesanas, que no lo mencionan. Así, en los “grandes clásicos”, Ruperto de Nola (describe alguna preparación con pan remojado en vinagre), Diego Granado, Martínez Montiño (cita una sopa de gazpacho caliente con carnes similar a los gazpachos manchegos) o Juan de Altimiras (o Altamiras) no aparece nuestro humilde gazpacho.

Tesoro de la lengua castellana. Sebastián de Covarrubias , 1611

El manuscrito El Cocinero Religioso instruido en aprestar las comidas de Carne, Pescado, Yerbas y Potajes a su comunidad de Antonio Salsete, seudónimo de un religioso navarro que la Real Academia de la Historia data entre finales del siglo XVII y el primer tercio del XVIII, describe una fórmula que bien puede considerarse la de los primeros gazpachos:

Gaspacho

Esa sopa se ha de hacer en barro, no en pieza de cobre por razón del vinagre. Se compone de pan migado, sal, agua, aceite y vinagre y cebolla. En sabiendo templar el vinagre, se sabe hacer bien
”.

Resulta destacable que el cocinero navarro describa esta primitiva receta del gazpacho porque a lo largo de su recetario utiliza con profusión los frutos que vinieron de América: se ve que aún no se habían añadido el tomate ni el pimiento a nuestro protagonista.

Juan de la Mata, repostero de la Corte de Madrid de origen leonés, en su Arte de repostería de 1747, nos habla del gazpacho sin atribuirle ningún origen geográfico:

En Cocina moderna. Tratado completo de cocina, pastelería, repostería y botillería, anónimo, editado en 1875 encontramos por primera vez el patronímico andaluz, aunque no aplicado directamente al gazpacho sino al ajoblanco y, sin embargo, sí cita un gazpacho extremeño:

SOPA BLANCA Ó FRIA, AJO BLANCO.

Esta sopa andaluza no es otra cosa que una variedad de gazpacho, que se obtiene del modo siguiente: se pelan siete habas y siete almendras, se machacan con un diente de ajo, humedeciendo el todo con aceite que se vierte gota á gota en bastante cantidad para formar una pasta muy blanda; se añade poco á poco, removiendo contínuamente para que se mezcle bien un litro de agua, una cucharada de vinagre ó el zumo de un limon, sal y pimienta, en cantidad conveniente. En una sopera ó ensaladera se coloca cosa de medio litro de miga de pan cortada á pedazos del tamaño de una avellana y se echa encima el líquido despues de haberlo colado.


GAZPACHO (SOPA FRIA).

Se frota con ajo crudo una fuente, y despues se echan aceite, cominos, pimiento y sal, y se bate hasta que esté bien mezclado; póngase despues pan partido en pedacitos redondos ó cuadrados, y despues de haberlos revuelto en la fuente, se echa agua fresca, dejándolos así un poco hasta que el pan se esponje, y en el momento de servirlo se pone vinagre para que el pan no se agrie, y se pueden añadir algunas rajas de pepinos, cebollas y pimientos.

Gazpacho extremeño.—En este país, naturalmente caluroso, se usa el gazpacho en el verano como una especie de refrigerante, tanto en las clases elevadas como en las trabajadoras. Las primeras lo suelen usar en el estío, en vez de la ensalada de lechuga, que ya en esta época es muy rara, porque los calores la arrebatan y hacen espigar. Y las segundas, que en esta estacion naturalmente están en las eras ó segando, lo suelen tomar entre las comidas, tanto para refrescar, cuanto para alimentarse alguna cosa, puesto que generalmente lo cargan bien de pan.

Se compone, pues, del modo siguiente: En un mortero ó almirez se echa un poco de aceite, sal y uno ó dos dientes de ajo, se maja bien y luégo se le aumenta un poco de miga de pan mojado, se vuelve á majar con el aceite, el ajo y la sal, de modo que se mezclen hasta que formen como un ungüento. Una vez así, se le echa unas gotas de agua (algunos en este estado suelen echarle tambien pimiento), y se revuelve con la mano del mortero ó almirez para que se vaya desliendo, aumentándole así agua, sin dejar de menearlo hasta llenar el mortero, vaciándolo en la fuente, y en la que se le acaba de echar el agua que se quiera.

Esto hecho se le miga el pan, no con el cuchillo, sino con la mano y á retortijon, dejándolo esponjar en este caldo hasta que se vaya á comer, cuidando un cuarto de hora ántes de picarle un poco de cebolla para que tome este gusto, y no echándole el vinagre hasta el momento mismo de servirlo; pues si le añaden este ingrediente ántes el pan lo absorbe todo y se pone agrio.

El tomate, el pimiento verde y el pepino todo picado, le hacen muy bien; el tomate y pimiento se le echa casi siempre
.”


En 1893, Ángel Muro, en uno de los libros considerados como imprescindibles de la cocina española, el Practicón, nos ofrece:

Continúa describiendo otras recetas andaluzas, que no reproducimos por no alargar más el artículo y, más adelante, encontramos:     


Finalizamos las citas de grandes clásicos con la Cocina Española Antigua de Doña Emilia Pardo Bazán, de 1913. Comienza su capítulo dedicado a las Sopas frías con:



Añade las recetas de un “gazpacho de campaña”, un “gazpacho blanco refrigerante” y un “ajo blanco”.

Y después de consultar éstas y otras fuentes sigo sin encontrar nada que me indique un origen andaluz del gazpacho. Vemos que algunos autores, siempre a partir del siglo XVIII citan gazpachos andaluces y extremeños, pero sin especificar que uno sea origen del otro. Las fórmulas citadas y otras muchas se repiten en Andalucía y Extremadura, tanto con frutos “postcolombinos” como sin ellos, a lo largo y ancho de sus muchos pueblos sin ninguna característica que identifique una clara distinción entre extremeños y andaluces: los hay blancos y rojos en ambas comunidades, con más y con menos hortalizas…Empeñarse en buscar uno más original que otro, así como el intento de establecer las diferencias entre el de una y otra región no nos ha de llevar más que a caer en la arbitrariedad sin rigor alguno.

Cuando se trata de platos de tan antigua y vasta raigambre popular debemos admitir la diversidad de fórmulas sin restar valor a unas u a otras y en ello radica la riqueza de la cocina popular. 

Al fin, la afirmación de Almudena Villegas se me antoja cargada de razón y con un matiz que aporta especial significación a la cuestión que nos ocupa: “...en su origen era una elaboración refrescante típicamente mediterránea, pero con el paso de los siglos se ha hecho andaluza, y así, los andaluces, lo hemos sentido.” Y es ese matiz emocional el que al final prevalece, pues no hay rigor histórico alguno en afirmar que el origen del gazpacho es andaluz, ni extremeño, por supuesto. La regionalización de la cocina tiene raíces románticas, las mismas que los nacionalismos, no tiene más rigor que la construcción artificial de una identidad.

Observemos que en la bibliografía de cocina las recetas no comienzan a ostentar un patronímico hasta el siglo XVIII.

Viene esto a desembocar en el debate de la cocina regional española… ¿existe? ¿Alguien podría afirmar que en los siglos, por ejemplo, XVI o XVII había una cocina regional en España? ¿Cuáles son sus fundamentos? Es indudable que cada zona tiene su personalidad inducida por el clima, la orografía, la distancia al mar y la mayor o menor influencia arábiga o judía. Los grandes canales de comunicación de la mesta y los caminos de peregrinación ayudan también a desdibujar esa posible gastronomía regional. Eso sin contar con que el actual mapa de las autonomías poco tiene que ver con las pretéritas demarcaciones.

Para los que comenzamos a ir al colegio antes del 78, el cocido montañés y las patatas a la riojana un día fueron cocina castellana (vieja) y el atascaburras y el pisto manchego, si se cocinaban en Albacete, fueron cocina murciana. Hoy son cocina cántabra, riojana y castellano-manchega (y que a los castellanoleoneses y murcianos no se les ocurra decir lo contrario). Apuesto que, recorriendo la costa, desde el sorropotún al marmitako hay cien marmitas que no son ni el uno ni el otro... ni dejan de serlo.

Justo estaba escribiendo estas líneas cuando el gastrónomo extremeño y amigo Juan Pedro Plaza Carabantes ha publicado un extenso y documentado artículo con motivo del Día de Extremadura del que no me resisto a reproducir una acertadísima cita que bien podría ser el colofón de todo lo escrito en este artículo: “Nuestra cocina tradicional, como todas las otras, no entiende de falsas fronteras geográficas y límites administrativos: Es libre, no entiende de fronteras. Y de aquí se deduce la interrelación entre platos de Extremadura, de Castilla-León, Aragón…, que descubriremos a poco que incidamos en ellos.”

Aunque sin duda existen platos claramente identificados con una localidad o zona, en general, la cocina regional española es un invento. Sí, sin ambages: un invento. Y no precisamente del Estado de la Autonomías, sino de épocas no demasiado lejanas en las que nombrar la autonomía podría provocar más de un sarpullido. Probablemente el primer intento de establecer una cocina regional fue la Guía del buen comer español, subtitulado Inventario y loa de la cocina clásica de España y sus regiones escrito por Dionisio Pérez por encargo del Patronato Nacional de Turismo en 1929, en las postrimerías del reinado de Alfonso XIII. El segundo impulso notable de la cocina regional española vino de la mano de la Sección Femenina del Movimiento en tiempos de la dictadura del general Franco. La misma Sección Femenina que designó el traje de montehermoseña como “traje regional extremeño”.

Aunque en honor a la verdad no fue un mérito exclusivo de la Sección Femenina. Como afirma Valadés: “Este proceso de simplificación, uniformización y simbolización no debe considerarse moderno ni achacarse exclusivamente a los grupos folklóricos ni a los Coros y Danzas de la Sección Femenina de Falange, sino que sus orígenes se remontan a la segunda mitad del siglo XVIII…” Valadés Sánchez, J.M. (julio-diciembre 2013) La indumentaria tradicional en la construcción de la identidad extremeña. Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, vol. LXVIII, nº2, pp 331-358, CSIC.

Y son estas simplificación, uniformización y simbolización las que nos llevan a crear una cocina regional “absoluta” buscando o inventando, a veces, diferencias donde no las hay. En el fondo, no se cuestiona en este artículo la existencia de la cocina regional, sino la forma de abordar el estudio de esa cocina. Una cocina regional que tratando de establecer “el auténtico loquesea andaluz, extremeño, castellano, gallego o euskaldun” dejará en el mismo olvido en el que cayeron las manos ajadas que las cocinaron cientos de recetas que bien podrían haber sido la elegida (arbitrariamente) como la auténtica.



Doña María de la Presentación Nozaleda Ramos, casada con el comandante de caballería D. José Nozaleda y Redondo eran gaditanos. En los cálidos veranos de la tacita de plata, allá cuando el sigo XIX andaba mediado, no podía faltar un gazpacho en su mesa. No sabemos si se lo encomendaba al servicio de la casa o lo majaba ella misma, pero lo cierto es que su receta, a la sazón, la misma que reprodujo Pardo Bazán en su Cocina Antigua Española en 1913, se la transmitió a sus descendientes. Así, con la siguiente generación pasó a Jerez de la Frontera y desde allí a Madrid, donde Bernardo, su nieto ya cambió la maza del mortero por el mando de un Turmix.

Hoy su tataranieto, que a muy temprana edad la aprendió de su madre, elabora con frecuencia la misma receta en Badajoz: tomates, pimientos verdes, pan, ajos, aceite de oliva, vinagre, agua y sal, en las cantidades que el gusto y la mesura le da a entender. 
Lebrillo de madera, probablemente perteneciente a Mª de la Presentación Nozaleda o a su hija. Finales del siglo XIX o principios del XX. Colección familiar Fenollera

Si algún lector ha podido intuir alguna sombra de aversión hacia lo andaluz, a modo exculpatorio sepan que Doña María de la Presentación era mi tatarabuela y que la primera vez que puse las manos en la cocina fue, siendo muy niño, para ayudar a mi madre y a mi abuela en la preparación del gazpacho. Si no recuerdo mal, creo que yo era el encargado de poner los ingredientes en el vaso de la batidora… por algo se empieza.




miércoles, 12 de agosto de 2020

Un gazpacho de poleo en Alburquerque

 
En estos veranos sin compasión al igual que en el caminar se persigue con anhelo el amparo de la sombra, en los quehaceres de la cocina se buscan los platos fríos, más apetecibles en la mesa de la canícula y que, de paso, nos evitan faenar con los fogones. Y, entre los platos fríos, reinan por derecho propio los gazpachos en sus muchas variedades. Mas el que traemos a colación no es un plato estival en sus raíces, sino de primavera. Aun así, transgrediendo la tradición estacional de la receta, resulta una muy agradable entrada para una comida veraniega. 


Atrás quedaba la noche callada, hendida por el alfanje rosado del alba de una primavera recién estrenada. Algunos jirones de niebla habían quedado, ora prendidos en las encinas, ora aferrados a los matorrales o desparramados por los barbechos. En lontananza, en lo más alto, presidiéndolo todo, con la blanca villa recogida a sus pies, el castillo de Álvaro de Luna. 
Y allí, al borde de la carretera de La Codosera, cerca del puente del Gévora, espera Mari el autobús para ir a la escuela, en Alburquerque. Los primeros rayos del sol arrancan destellos de azafrán sobre los campos que se van tapizando de magarzas en el despertar de la primavera. Atrás quedan las mañanas aceradas, cuando esperaba el autobús al calorcito de una pequeña hoguera.

Entretiene la espera imaginando qué depararía la tarde. Con el buen tiempo llega algo de diversidad a las tardes de bordados en el bastidor al calor del hogar. Quizá ayudar en las tareas de la huerta mientras el abuelo se ocupaba del ganado; si la suerte sonreía, dar un paseo hasta la cantina a por unas gaseosas y unas galletas de coco o quizá recorrer las vaguadas de los regatos que vierten sus aguas en el Gévora o en el arroyo del Cubo para recoger las primeras matas de poleo.

Poleo que vendría a reunirse en el mortero con lo que había en la majada: algunos pimientos secos, huevos y tomates en conserva, además de pan, ajo, aceite y vinagre, para convertirse con la paciencia y el rítmico machacar en un gazpacho de poleo.

Su madre escogió algunos pimientos de las ristras que secaron primero al sol y que luego, en el chozo cercano a la casa, compartieron colgaderos con la chacina recogiendo algunos matices ahumados. Los puso a remojo para que recuperasen algo de su turgencia y carnosidad pretéritas.

En el mortero machó unos ajos, un generoso ramillete de poleo, las carnes ya henchidas de los pimientos y despojadas del pergamino de su piel reseca, sal, algunas yemas de huevo duro y unos tomates en conserva, que aún quedan algunos botes. Y como aquello resbalaba en el mortero más de la cuenta, añadió un par de trozos de pan. Una vez bien majados y amalgamados los ingredientes, añadió aceite de oliva virgen, vinagre y agua fresca hasta conseguir dar con el gusto. Echó unos trozos de pan y la clara de los huevos picada.

Tras el invierno renacieron las matas de poleo en las tierras bautizadas por arroyos y regatos y con ellas retornó a la mesa aquel gazpacho, como cada año, de primavera en primavera.

Conocía desde hace tiempo la presencia del poleo en algunos platos extremeños, pero nunca lo había probado fundiendo la frescura de su aroma con la calidez del pimiento seco: realmente sorprendente y agradable al paladar.

Me llega esta receta desde Alburquerque, por boca de Ángeles Rodríguez Mayo, a quien agradezco la paciencia con la que ha atendido las mil preguntas que me iban surgiendo en torno a esta deliciosa sopa fría: que si es una receta familiar o su consumo está extendido en la zona, que si siempre lleva tomate, que cuándo, dónde, cómo se toma, que si se conoce desde hace tiempo... Muchas gracias por tanta información y por facilitar la fotografía del Castillo de Luna tomada por su hermano David Rodríguez Mayo que ilustra estas líneas.

Su consumo estaba extendido, al menos, entre todas las familias que vivían en las majadas cercanas a Alburquerque. Se trata de un claro ejemplo de esa cocina que combinaba con sabiduría los productos del campo: poleo y los de producción propia: pimientos secos, conserva de tomate, huevos...

Puesto que el tomate en conserva es un elemento prescindible en la receta original, nos encontramos con un gazpacho muy similar a los que cita la Cofradía Extremeña de Gastronomía en la edición de 1985 de su Recetario de cocina extremeña: un “gazpacho de poleo” de Fuente del Arco y un “gazpacho blanco” de Calzadilla de Coria. Eso sí, con el añadido genial del pimiento seco.

En definitiva, uno más de la “familia” de los primigenios gazpachos blancos de consumo tan extendido en el agro del sur peninsular y a los que vendrían a incorporarse después los frutos que trajo el Descubrimiento de América.

Leo con frecuencia artículos de gastronomía y viajes que citan recetas del gazpacho extremeño, aportando incluso cuáles son las diferencias con el andaluz... La receta que nos ocupa es una muestra más de las múltiples variantes que puede presentar un plato. Es empeño habitual de las cocinas regionalistas el establecer la “receta auténtica de...” la paella valenciana, el gazpacho andaluz, el gazpacho extremeño, el cocido de aquí o de allá. Cuando profundizamos en la cocina tradicional los límites geopolíticos se difuminan, aparecen mil matices, mil variantes todas con su personalidad, tan tradicionales las unas como las otras. Tanto que intentar fijar una receta exacta del gazpacho extremeño, por seguir con este ejemplo, no nos llevará más que a empobrecer la cultura gastronómica dejando atrás cientos de fórmulas, además de caer en planteamientos tan inexactos como arbitrarios porque... gazpacho extremeño sí, pero ¿de antes o de después del Descubrimiento de América? ¿Del norte o de sur? ¿De zonas de huerta o de zonas pastoriles?

Sobre estas ideas nos extenderemos en un próximo artículo. Vayamos ahora con una versión del gazpacho de poleo de Alburquerque que sin apartarse de su esencia se adapte mejor a los paladares actuales, sobre todo en lo que a texturas se refiere pues no estamos ya acostumbrados a los gazpachos de mortero con sus trozos de pan remojados.

Ingredientes:
  • Cuatro huevos duros
  • Dos cucharillas de carne hidratada de pimiento seco o ñoras, que podemos sustituir, si nos resulta más fácil y accesible, por carne de pimiento choricero en conserva.
  • Un diente de ajo (o más... todo depende del gusto y de si prevemos alguna cita después de la comida).
  • Tres tomates al natural en conserva.
  • Dos o tres rebanadas de un pan de buena y densa miga.
  • Aceite de oliva virgen extra (cantidad y variedad al gusto, aunque me permito recomendar tres cucharadas de un Vieru ecológico de Manzanilla cacereña de Almazara As Pontis que nos aportará un delicioso aroma).
  • Vinagre (cantidad y variedad al gusto).
  • Sal al gusto.
  • Agua en cantidad según la cremosidad que queramos obtener.
  • Y un generoso ramillete de poleo fresco (no me vayan a usar un sobre de infusión).
Preparación:

Así como en la elaboración en mortero sí conviene observar cierto orden en la preparación, en este caso en el que vamos a utilizar algún procesador de alimentos: batidora de brazo, batidora de vaso o tipo Thermomix, no se requiere más preparación que haber separado la clara de los huevos duros (que reservaremos para decorar) y haber remojado el pan.

Trituraremos todos los elementos hasta conseguir una crema fina y homogénea y decoraremos con clara de huevo picada y si, queremos aportar un toque crujiente, algún trocito de pan que podemos haber desecado en el horno (sin que llegue a tostarse).

Solo queda entregarse a sus aromas y a su textura cremosa y disfrutar.


domingo, 12 de abril de 2020

Astérix y la salchicha de Toulouse. (In memoriam Uderzo).


Crepita una enorme hoguera y entre volutas de humo ascienden chispas hacia la negrura de la noche. Chanzas y aromas de jabalí asado rompen la quietud de la noche gala mientras, como siempre, Asuranceturix el bardo contempla la escena en silencio prudentemente amordazado para no dar la murga ni restar protagonismo a los homenajeados, como siempre, Astérix y Obélix. Es el final de cualquiera de sus aventuras. El 24 de marzo Uderzo terminó su aventura y entre el humo de la hoguera y el crepitar de las chispas le imagino camino de la noche infinita al encuentro de Goscinny allá donde quiera que moren eternamente los grandes creadores. Mientras, Asuranceturix el bardo, como siempre, amordazado entona un réquiem en silencio.

Albert Uderzo (FismesMarneFrancia; 25 de abril de 1927-Neuilly-sur-SeineAltos del Sena, Francia; 24 de marzo de 2020) y René Goscinny (París, 14 de agosto de 1926-ibídem, 5 de noviembre de 1977) fueron los creadores de los cómics de Astérix el Galo.

Leí mis primeros Astérix cuando aún no sabía leer y algunos irán por la veintena de lecturas. Historietas que me acompañaron en la infancia, ironías que comencé a intuir en la adolescencia y que no he parado de descubrir y aún sigo: juegos de palabras, anacronismos (Kirck Douglas como Espartaco en El mal trago de Obélix o el Manneken pis en Astérix en Bélgica), guiños a obras maestras de la pintura (Una lección de anatomía de Rembrandt en El adivino, La balsa de la medusa de Géricault en Astérix legionario o La boda campesina de Pieter Brueghel el Viejo en Astérix en Bélgica), exaltación de la amistad y ansia de justicia, ayuda altruista a los pueblos oprimidos por el poder (de Roma en este caso), representaciones de los estereotipos sociales (el papel de la mujer), guiños constantes a la cultura popular y a los tópicos de los países recorridos (toros y atascos en España en Astérix en Hispania, bromas sobre la cocina inglesa en Astérix en Bretaña o el carácter hosco y noble de los corsos en Astérix en Córcega).


Se intuye, también, la influencia de las dos guerras mundiales: Astérix y los Godos retrata al pueblo alemán como belicoso y pendenciero y es la única aventura en la que los héroes galos, lejos de ayudar a los godos contra los romanos, deben defenderse de la incursión goda en la Galia secuestrando a su druida Panorámix. En todas las aventuras con otros pueblos como protagonistas, corsos, íberos, bretones, belgas, pictos, egipcios… hay un gesto amable hacia su cultura y una causa que invita a la ayuda generosa de Astérix y Obélix, en todas las aventuras menos en Astérix y los godos. La Guerra terminó en 1945 y Astérix vio la luz en 1959.

“Están locos estos romanos” es el leit motiv que nos acompaña a lo largo de todas las aventuras y así aprendimos que SPQR no solo son las siglas en latín de Senatus Populusque Romanus, en referencia al origen republicano de Roma, y se traduce como “Senado y pueblo Romano”, sino que también significa en italiano Sono Pazzi Questi Romani, es decir… “Están locos estos romanos”.

Entre las muchas referencias costumbristas presentes en los comic de Astérix el galo, la gastronomía tiene un protagonismo indiscutible: jabalí hervido y cerveza tibia en Astérix en Bretaña, unas anacrónicas patatas fritas y “brassica (coles) de aquí” en Astérix en Bélgica, quesos de olores imposibles en Astérix en Córcega, pavos en Astérix en América, el nombre del caudillo íbero “Soupalognon y crouton” traducido (muy libremente: la traducción más exacta sería sopa de cebolla con picatostes) en la versión española como Sopalajo de Arrierez y Torrezno, una inenarrable orgía-fondue en Astérix en Helvecia… y entre todas las aventuras, una road-movie gastronómica: La vuelta a la Galia de Astérix. Así es que este Cocidito quiere rendir su modesto homenaje a los creadores del comic de la irreductible aldea gala.

En La vuelta a la Galia de Astérix, ante el intento de asedio de la aldea gala por las legiones romanas, nuestro pequeño héroe apuesta con el prefecto Lucilius Flordelotus, enviado especial del César, que será capaz de dar la vuelta a la Galia sin que los romanos puedan impedírselo y en prueba de ello, traerá una especialidad de cada región. Astérix y Obélix sufren unas cuantas escaramuzas, reciben ayudas en las que intuyo alguna referencia a la Résistance de la reciente Guerra Mundial, así como alguna traición que recuerda a los colaboracionistas. La aventura es todo un canto de exaltación patriótica con algún guiño al futuro Tour de Francia. De regreso a la aldea muestran al prefecto: jamón de Lutecia (París), tonterías (caramelos) de Camaracum (Cambrai), Vino espumoso de Durocortorum (Reims), salchichón de Lugdunum (Lyon), ostras y vinos de Burdigala (Burdeos), bouillabaisse de Massalia (Marsella), ensalada de Nicae (Niza) y salchichas de Tolosa (Toulouse). Salvando algunos anacronismos y suponiendo que el saco de las viandas estuviese refrigerado, resulta un simpático catálogo de especialidades locales en el que no deja de sorprenderme que no haya ninguna referencia a alguno de los notables quesos de Francia.

De la ensalada de Niza ya nos hemos ocupado en este blog y teniendo en cuenta que este artículo se escribe durante el periodo de confinamiento provocado por la pandemia del COVID-19, trataremos de cumplir con los ingredientes que más a mano tenemos: nos ocuparemos de la salchicha de Toulouse.

La muy merecida fama del cassoulet, contundente y exquisito guiso de alubias con pato, salchicha de Toulouse y otras carnes, que pueden variar según sean recetas de Toulouse, Carcasonne o Castelnaudary, ha restado cierta notoriedad a este embutido como ingrediente principal de algunos platos. Sin embargo, la saucisse de Toulouse es un excelente embutido fresco de carne de cerdo que bien merece el papel protagonista.

La salchicha de Toulouse se incluye dentro de la marca de calidad Spécialité du Sud-Ouest y se elabora con carne de cerdo fresca, sal y pimienta, aunque algunos carniceros aportan algún matiz personal en el adobo. Es muy similar a la butifarra fresca catalana, algo que no nos sorprende por la cercanía geográfica.

Además del mencionado cassoulet, suele cocinarse a la parrilla, a la brasa o confitada en grasa de pato. Es frecuente encontrarla acompañando un guiso de lentejas o con una guarnición de tomate aliñado con una vinagreta de cebolleta y mostaza. Pero quizá el acompañamiento más sabroso y original es el aligot, un interesante puré de patatas con queso.

El término aligot parece provenir de épocas de peregrinos mendicantes que pedían aliquid, "algo", en los monasterios. Y en éstos les daban tomme freîche, “toma fresco” [queso]. Y tomme freîche y aligot, indistintamente, resultan ser los nombres por los que se conoce un queso fresco y fundente de la zona de Occitania y Auvernia-Ródano-Alpes.

Con esta misma voz aligot se conoce también una preparación de puré de patatas mezclado con queso tomme fraîche, mantequilla, sal y pimienta que resulta una deliciosa guarnición para nuestra salchicha de Toulusse.

No resulta nada fácil encontrar en España, y menos en Badajoz, ninguno de los dos ingredientes protagonistas de este artículo. Y en tiempos confinados menos aún. Así que siendo un poco transgresores hemos elaborado el plato con una butifarras que esperaban en el congelador acabar sus días acompañadas de unas mongetes (judías, mongetes amb botifarra, Cataluña) pero que han cruzado los Pirineos para acabar acompañando un aligot que a falta de tomme fraîche hemos preparado con queso raclette (200 gr), una cucharada de cremme fraîche y una cucharada de mantequilla, sal y pimienta y unos 350 gramos de patata gallega cocida.

Regamos los platos con un Rasteau Les Hautes Vignes 2015 por aquello de respetar el goût du pays.

Quién sabe si algún día nos da la ventolera y mezclamos torta de la Serena con puré de patatas y lo servimos con unas salchichas frescas de cerdo ibérico…

sábado, 4 de abril de 2020

Quiche de ortigas, puerro y morcilla mondonga. (En todo mal reside, también, la oportunidad del bien)


“La flor malsana (que diría Baudelaire), la iracunda ortiga que crece contra todo, contra sí misma, devorada por la luz. Si la mirada se detiene en contemplar a fondo su presencia no podrá negar la belleza de sus formas. Es de justicia demorarse en la viveza de esos verdes pétalos, la crispada disposición del vello urticante, el resplandor de los estambres (¿o son élitros?), la carnosa sensualidad de los retoños... 

¿Debería arrancarla, siguiendo el sentido común? ¿Debo desbrozar su amenazante belleza? ¿Qué hacer, pues, con esta flor del mal? Y sin embargo, ella es por sí misma, en sí misma. Le basta con ser, y a mí no me disminuye su existencia. Al contrario: ahora ella también me acompaña, embellece mi mirada, apacigua mi espíritu con su inesperada presencia. Me enseña, obstinada y silenciosa, que el cambio está en uno, y que en todo mal reside, también, la oportunidad del bien.”

Daniel Casado

Leía el día 13 de marzo estas bellas y reflexivas palabras de Daniel Casado, poeta y músico emeritense. No dudé en pedirle permiso para que encabezasen algún artículo de este Cocidito que lleva tanto tiempo en silencio. Silencio no forzado ni intencionado, tan solo ocioso. No dudó, tampoco, Daniel en conceder el permiso: gracias, amigo.

El 14 de marzo se decretó en España el estado de alerta y el coronavirus, el COVID 19, el “maldito virus” o el “bicho” pasó a ocupar un lugar preeminente en nuestras vidas y una extraña sensación se apoderó de todos y de todo. Y en este insólito trance me queda la esperanza de que cuando llegue su fin algo quede de las palabras de Daniel: “que en todo mal reside, también, la oportunidad del bien.”

Unas ortigas que brotan, como siempre, sin permiso en alguna esquina del jardín. Una morcilla mondonga aburrida en una esquina del frigorífico y un puerro, aún más aburrido. Me los intento imaginar confabulados en alguna fórmula que ocupe una tarde de estos extraños días y, al final, es el repertorio francés el que me da la idea: unir los productos silvestres, una morcilla extremeña y un clásico de la cocina francesa.

Sobre las ortigas, ya hemos hablado en este blog y de las morcillas, ya nos hemos declarado fieles adoradores en más de una ocasión.

La quiche es una tarta abierta salada muy habitual en la cocina francesa compuesta por una base de pasta brisa y un relleno de huevo y nata con algún otro ingrediente. La más conocida es la quiche lorraine, con panceta ahumada.

Es frecuente encontrar recetas de esta tarta de Lorena que incluyen un queso fundente tipo Emmental, aunque las fórmulas más ortodoxas como las descritas en L’Encyclopédie culinaire du 20e siècle de Valentine de Bruguère y Daisy Mayer y en El arte de la cocina francesa de Julia Child no mencionan este ingrediente. Además de esta conocida quiche, en los recetarios franceses aparecen quiches de diferentes quesos, de verduras, setas, pescados… 

Quiche de ortigas, puerro y morcilla mondonga

Pasta brisa

La pâte brisée, pasta brisa o masa quebrada es una de las masas friables (quebradizas, que se desmoronan fácilmente) más utilizadas en la repostería salada. Se encuentra una gran variedad de fórmulas, aunque todas coinciden en algo: debe utilizarse una buena proporción de grasa y evitar el amasado para conseguir el efecto quebradizo. Para quien quiera profundizar en el conocimiento de esta pasta, el post del blog (muy recomendable) El invitado de invierno es de los más completos que he encontrado.

Ingredientes:

250 g de harina de repostería
125 g de mantequilla fría
60 g de agua fría (aproximadamente)
Una pizca de sal

Elaboración

Mezclamos la sal con la harina tamizada y añadimos la mantequilla muy fría y cortada en dados, comenzamos a mezclar intentando que nos quede una textura arenosa. Si la mantequilla se ablanda mucho en el proceso de mezcla, interrumpimos y enfriamos en el frigorífico.

Se añade el agua, mezclando sin amasar, lo justo para unir la masa. Hacemos una bola, envolvemos en film y dejamos reposar en el frigorífico unas dos horas. Estiramos con el rodillo hasta conseguir un grosor de unos 3mm y cubrimos el molde, previamente untado de mantequilla.

Pinchamos el fondo de la masa con un tenedor y volvemos a refrigerar, mejor en el congelador. Cubrimos con papel de cocina y legumbres para que no suba y haremos un horneado previo a unos 180 grados 15 minutos.

Relleno
Ingredientes:

4 huevos (o 3 huevos y 1 yema)
150 ml de nata y 50 ml de crème frâiche (o 200ml de nata si no tenemos crema fresca)
50 ml de leche
La parte blanca de un puerro
Ortigas (unos 100 gramos) Si no tenemos posibilidad de conseguir ortigas, podemos sustituir por espinacas.
Morcilla mondonga: entre 8 y 16 (según el gusto) rodajas de medio centímetro de grosor. Otros tipos de morcilla harán también un buen papel.

Elaboración:

Sofreímos el puerro finamente picado hasta que quede transparente, no dorado.

Lavamos las ortigas, separamos las hojas de los tallos, que resultan muy fibrosos, y escaldamos (mejor con guantes para no acordarnos de su familia).

Mezclamos los huevos, la nata, la crema y la leche. Añadimos el puerro bien escurrido del aceite de sofreír y las ortigas. Salpimentamos, sin olvidar que la morcilla puede aportar un poco de sal. Vertemos la mezcla en el molde cubierto de masa quebrada y disponemos las rodajas de morcilla. Horneamos una media hora o hasta que, pinchando con un tenedor, éste salga limpio.

Por último, descorchamos un Coloma Rosado Pinot Noir o un Alunado Sauvignon blanc de Pago de Balancines… y a disfrutar.