"¿Qué has puesto para comer?
- ¡Oh! No te apures... El cocidito de siempre."


Tormento. Benito Pérez Galdós
Mostrando entradas con la etiqueta SOPAS Y CREMAS. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta SOPAS Y CREMAS. Mostrar todas las entradas

lunes, 18 de diciembre de 2023

Notas celtas en Badajoz, para escuchar y saborear.


La luz es tenue, suena el ritmo de un bodhram, la melodía de un tin whistle, los acordes de un arpa celta, un lamento de gaita. Podrían las notas saltar entre pintas de cerveza negra hasta quedarse suspendidas en un humo tan denso como la niebla del exterior, pero no: hay pintas, aunque ninguna es negra, la atmósfera es limpia, no hay niebla en la calle y el nombre del local no empieza por The, sino que tiene nombre de torre, de torre árabe: Espantaperros. No es Dublín ni Edimburgo, ni siquiera Ortigueira o Compostela, es Badajoz, pero la música sí tiene raíces gaélicas.

Un encuentro casual tuvo la culpa de que estuviésemos allí: un encuentro con Gonzalo Bordes, el mismo que con riguroso atuendo, solemne y grave con su contrabajo da el soporte armónico en las noches de concierto de la OEX y que sube unas cuantas octavas y, ataviado con kilt y sporran, entona melodías célticas sea con gaita o con tin whistle en las Celtic Sesion de Espantaperros.

En una noche de atmósfera íntima, la música llenó el espacio de Espantaperros transportándonos a lugares lejanos. Una mezcla de melancolía y energía nos invita a sumergirnos en la magia de la tradición celta, nosotros ya habíamos comenzado al mediodía. Desde que decidimos asistir a la Celtic Sesion, planeamos ir entrando en ambiente con una comida inspirada en la tradición irlandesa.

Atemperamos los estómagos con un chowder seafood y rematamos con un cottage pie. No fuimos tan ortodoxos en materia de riego: prescindimos de la pinta de cerveza en favor de un Lar de Paula 2014 (DOC Rioja) que acompañó con solvencia la potencia del estofado del pastel.

Chowder sea food

Este plato, que ni es sopa ni crema ni guiso sino de todo un poco, se aleja de los sabores tradicionales de las sopas y calderos de pescado mediterráneos y, desde la primera cucharada, nos transporta a otras latitudes más septentrionales.

No hay una fórmula fija, sobre todo en lo que se refiere a los pescados y mariscos que intervienen. Nosotros hemos elegido bacalao, gambones y almejas.

Partimos de un buen fumet de pescado que habremos elaborado con cabezas y espinas de pescado o con morralla y algunas verduras (puerro, zanahoria y un poco de apio). Si además lo enriquecemos con las cabezas tostadas de los gambones, añadiremos un plus de sabor.

Cortamos patatas en trozos irregulares, algo más gruesos que el corte que solemos usar para tortilla y las cocemos unos diez minutos en agua con sal. Escurrimos y reservamos.

Comenzamos derritiendo un poco de mantequilla (podemos usar mitad mantequilla y mitad aceite de oliva, si queremos atenuar el sabor lácteo) y sofriendo en ella bacon muy picado.

Añadimos puerro y apio, también muy picados, y seguimos sofriendo sin que lleguen a dorarse las verduras. En ese sofrito abrimos las almejas y las apartamos. Sofreímos ligeramente el bacalao cortado en tacos con cuidado de que no se rompa y reservamos. Lo mismo hacemos con los gambones (no más de un minuto).

Añadimos las patatas, el caldo de pescado, unas ramas de tomillo y nata líquida hasta conseguir el cuerpo deseado. Dejamos cocer hasta que las patatas estén blandas, reincorporamos las almejas, el bacalao y los gambones y damos un último hervor.

Servimos con perejil fresco picado.

Cottage pie

Estamos ante un plato de profundas raíces campesinas, un plato calórico, con olor a tradición, a hogar. Está presente tanto en la cocina irlandesa como en la británica.

Puede elaborarse con carne de vacuno o de cordero (Shepherd’s pie). La mayoría de las recetas que hemos leído utilizan carne picada, sin embargo, hemos optado por cortarla a cuchillo en trocitos pequeños para aportar textura. Hemos utilizado carne de vaca retinta. Cualquier pieza de las que solemos utilizar para estofados hará un buen papel.

Primero doramos un poco la carne con una grasa: mantequilla, manteca de cerdo o aceite de oliva, las dos primeras opciones se acercan más las recetas originales de Irlanda. En esa misma grasa sofreímos un diente de ajo picado y antes de que empiece a dorar, añadimos cebolla, zanahoria y apio picados. Dejamos que se sofría lentamente y, cuando esté convenientemente rendido, añadimos una o dos cucharadas de tomate concentrado e incorporamos una cucharada de harina, mezclamos bien cuidando de que no se formen grumos y añadimos la carne. Cubrimos con caldo de carne y un poco de vino tinto (opcional). Sazonamos y aderezamos con tomillo y salsa Worcestershire (Perrins). Dejamos cocer a fuego muy lento hasta que la carne esté tierna.

Haremos un puré de patata al que añadiremos un poco de mantequilla y nata líquida hasta conseguir una textura que nos permita extenderlo con facilidad. Salpimentamos. Se puede añadir queso cheddar rallado, tanto mezclado con el puré como en la cobertura.

En una fuente de horno dispondremos una capa generosa de estofado y la cubriremos con puré de patata. Podemos pintar con yema de huevo para facilitar el dorado. Horneamos con grill hasta que adquiera un bonito color dorado.

Ponemos un disco de Gwendal y nos dejamos llevar. Y, una vez hecha la digestión, nos vamos al Espantaperros.


lunes, 17 de abril de 2023

El noveno concierto y el viaje de Mendelssohn


Marzo se inicia con talento joven. Un concierto fruto de la colaboración de la Orquesta de Extremadura con la Escuela Superior de Música Reina Sofía. Con la dirección de Virginia Martínez la OEX nos ofreció el estreno de una obra de Erick Garcés interpretada por la violonchelista Eva Arderíus, el Concierto para fagot de Weber interpretado por Wilmer Torres y una segunda parte dedicada a Mendelssohn: la Obertura de las Hébridas y la Cuarta sinfonía “Italiana”.

Y llevados por la inercia del artículo anterior en el que viajábamos de Brasil a Turquía, es esa segunda parte, la inspiración del joven Mendelssohn viajero la que nos lleva a imaginar los sabores de su singladura.

Quizá persiguiendo los paisajes de su admirado Walter Scott, Mendelssohn viajó en 1829 a tierras escocesas. En su periplo, visitó las islas Hébridas con el diplomático y escritor Karl Klingemann. Visitaron el islote de Staffa y al final de la travesía, en una taberna portuaria, entre las coloridas casas de dos alturas que se alzaban a pocos metros de la dársena, un humeante cullen skin atemperó los estómagos de los dos alemanes mientras en los oídos del compositor aún resonaban los ecos del oleaje en la gruta del Fingal. Dos años después compuso Der Einsame Insel, la isla solitaria, después conocida como Obertura de las Hébridas y nosotros intuimos los ecos de aquel oleaje.


El cullen skin es una sopa escocesa que suele elaborarse con eglefino ahumado. Nosotros, a falta de este pescado, hemos utilizado bacalao ahumado. 

Sofreímos en mantequilla cebolla picada (Hay recetas que usan puerro y cebolla) sin que llegue a dorarse. Cuando la cebolla se torne transparente añadimos agua y dejamos cocer diez minutos. Trituramos con batidora.

Añadimos leche entera y patata cortada en pequeños dados. Llevamos nuevamente a ebullición y dejamos cocer hasta que la patata empiece a deshacerse, momento en el que añadimos el bacalao ahumado en pequeños trozos. Salpimentamos al gusto y dejamos hervir otros diez minutos. Servimos y decoramos con cebollino picado. Un buen pan de centeno será una excelente compañía.

Aunque se trata de un plato muy alejado del gusto de nuestra cocina tradicional, recomendamos encarecidamente darle una oportunidad.

Eso sí, preferimos prescindir de la pinta de cerveza y acompañarla con un Viñapuebla Macabeo fermentado en barrica de Bodegas Toribio cuyas sutiles maderas crean bellas armonías con los gustos de mantequilla y ahumados de la sopa.



En 1930 Mendelssohn llegó a Venecia y durante meses recorrió Italia. Vivaz, optimista comienza la Cuarta sinfonía. Acostumbrado a los cielos nubosos de otras latitudes más septentrionales, Mendelssohn en su sinfonía transmite la luz de los cielos mediterráneos, el bullicio italiano, la danza de alguna joven amalfitana: el propio compositor llegó a describir su Sinfonía italiana como “Cielo azul en La mayor”. ¿Por qué no creer que también la colorista cocina italiana algo pudo influir en los jubilosos compases de la Cuarta?

Imaginemos al joven compositor descubriendo nuevos matices gustativos al amor de las marmitas de la mamma.

De esta cocina popular, sencilla y alegre elegimos un pollo alla cacciatora. Como siempre que nos acercamos a las cocinas populares, son muchas las recetas “a la cazadora” que se pueden encontrar, pero por su sencillez y sus matices elegimos esta cacciatora bianca. Elaborada con vino blanco en lugar del tinto presente en la mayoría de las fuentes consultadas.


Enharinamos y salpimentamos las piezas de pollo (nosotros hemos utilizado contramuslos) y freímos en aceite de oliva virgen lo justo para que la harina quede cocinada. Apartamos.

Picamos finamente cebolla, apio y zanahoria y sofreímos en el mismo aceite a fuego muy lento, tempo de mamma. Cuando tenemos el sofrito bien rendido, añadimos dos dientes de ajo enteros, una o dos hojas de laurel, una o dos ramas de romero y tomate triturado, seguimos sofriendo otros cinco o diez minutos. Incorporamos el pollo, damos una vuelta y cubrimos con vino blanco. Llevamos a ebullición y volvemos a dejar que el tiempo haga su trabajo a fuego lento. Una vez que el pollo esté tierno añadimos aceitunas. Por cierto, animamos a añadir aceitunas rellenas de anchoa, una travesura con muy buenos resultados.

Solo nos queda descorchar un rosado Pinot noir de Bodegas Coloma y disfrutar, mejor con la Cuarta de Mendelssohn de fondo.



Conciertos de la temporada 2022-23 "Degusta"


Primer concierto Apología de la forma

Segundo concierto Belleza a contracorriente

Tercer concierto Aderezos intertextuales

Cuarto concierto: El cuarto concierto: saborear la admiración

Quinto concierto: Danzad, danzad malditos

Sexto concierto: Genealogías entrecruzadas

Séptimo concierto: Un brindis sagrado

Octavo concierto: El elogio de lo popular

domingo, 4 de diciembre de 2022

El cuarto concierto: saborear la admiración (Dedicado a Abraham García).



Aceptemos este triple legado como una invitación a saborear la admiración”. Así concluyen las notas al programa del cuarto concierto de la temporada 2022-23 de la Orquesta de Extremadura. Y a saborear la admiración me dispongo en este artículo.

La obertura de Una cosa rara de Vicente Martín y Soler, Fantasía para un gentilhombre de Joaquín Rodrigo y la Sinfonía en do mayor de Paul Dukas componían el prometedor programa que la Orquesta nos ofreció el veinticuatro de noviembre. Andrés Salado dirigió la Orquesta y Pablo Sáinz Villegas interpretó la obra de Rodrigo. Como siempre, cumplieron las expectativas.

Rodrigo se inspiró en la obra de Gaspar Sanz, guitarrista de la corte de Felipe IV. Eran las postrimerías del Siglo de Oro, novelas de pícaros y gentilhombres con más hambre que gloria. Hambres que bien hubiesen mitigado una humilde sopa de ajo. Quizá no exista plato que más penas haya quitado en cualquiera de las muchas variantes que pueblan la vieja piel de toro.

Rodrigo y Martín Soler sintieron admiración por las danzas españolas y no hay plato que me evoque más a una danza española que una sopa de ajo.

Y admiración siento yo por Abraham García. Premio Nacional de Gastronomía en 2022 (más vale tarde que nunca), Abraham ha anunciado su retirada. Cerrará pronto las puertas de su mítico Viridiana, templo más que restaurante, donde se ha cocido a fuego lento buena parte de la vanguardia de la cocina española actual.

Comer en Viridiana es una experiencia difícil de olvidar y más si se tiene la oportunidad de departir con el maestro. Porque Abraham es persona de verbo generoso y rotundo como la coda de la sinfonía de Dukas.

Saboreemos la admiración transcribiendo literalmente una receta de sopa de ajo de Abraham García inserta en el artículo La receta de 10 euros del chef Abraham García para afrontar la crisis publicado en La información.

Sopa de ajos con níscalos

En mi menesterosa aldea (Montes de Toledo, años 60), donde lo más colorista era el cura, no desentonaba la sopa de ajo. Maldigo, sesenta años después, a quienes te insultaban entonces con un “eres más simple que una sopa de ajo” y que luego, en inspirados días, te alababan con un : “eres más rápido que un telegrama”.

Mis padres, que aceptaban aquella negrura con cristiana resignación (maldigo también a quienes se jactaban de que la desdicha fuera una trocha hacia la gloria) ya dieron el gran salto a premiarla (a la sopa, digo) con el oro viejo de los níscalos y el technicolor del tomate, sonrojándola de pimentón.

Ingredientes (para cuatro comensales y un cura).

300 gr. de pan candeal y, a ser posible, de horno de leña. La decadencia de un país comienza cuando se compra el pan en la gasolinera.
8 dientes de ajo.
1 kg de níscalos.
2 tomates de pera.
1 cucharada colmada del mejor pimentón dulce.
Sal, siempre gorda.
Aceite, siempre virgen de oliva.
3 hojitas de laurel.
5 huevos.

Elaboración

En la sartén (colgada en el cocedero de mi casa de adobe solo había una) vierta un generoso chorro de aceite y dore en él los ajos en láminas hasta que Midas haga su alquimia. En ese punto agregue el pan cortado en gruesas rodajas. Tenga prevenidos los níscalos en trozos y el tomate picado a la buena de Dios. Antes de que el pan comience a dorarse, añada el pimentón y remuévalo con presteza.

Antes de que se queme (“
pimentón quemao, pimentón tirao”, caritativo aforismo que omite que “tirao” queda también el guiso, ya que el pimentón quemado deja un rastro más amargo que el fracaso), añada el tomate y los níscalos. Así a mortecino fuego, deje que transcurran algunos minutos antes de bautizarlo con un litro de agua.

Agregue una prudente granizada de sal y las regias hojitas de laurel, y déjelo cocer amorosamente no menos de media hora. Transcurrido su tiempo, y removiendo de vez en cuando, compruebe la sazón y escalfe durante no más de medio minuto (mi agnosticismo me impide sugerir “
lo que dure un credo”), un huevo por comensal.”


Abraham García, La información, 16 de noviembre de 2020

En la copa, un Attelea crianza 2018, Tempranillo y Cabernet de Ruiz Torres, en tierras de Cañamero, bodega también admirada.


Conciertos de la temporada 2022-23 "Degusta"

Primer concierto Apología de la forma

Segundo concierto Belleza a contracorriente

Tercer concierto Aderezos intertextuales



viernes, 11 de septiembre de 2020

El gazpacho y algunas reflexiones sobre las cocinas regionales


Y seguimos hablando de gazpachos. Mientras escribía el artículo precedente llegó a mis manos por obra de mi cuñado Daniel, pendiente de mis inquietudes culinarias, un artículo firmado por D. Carlos Maribona, crítico gastronómico de ABC, profesor de la Universidad San Pablo CEU y Premio Nacional de Gastronomía entre otros muchos datos de un brillante y nutrido curriculum. El artículo en cuestión suena, a priori, refrescante: Seis sopas frías fáciles de preparar para aliviar el calor del verano, pero su subtítulo me provoca cierta calentura: “Del gazpacho al ajoblanco, la mayoría de las sopas frías españolas tienen su origen en Andalucía”, destemplanza que no se suaviza en las primeras líneas: “La mayoría de las sopas frías españolas proceden de Andalucía, [en negrita en el original] donde los campesinos necesitaban platos con el suficiente aporte energético para sus tareas en el campo pero que a la vez mitigaran las elevadas temperaturas.” Y eso que a estas alturas hay pocas cosas que me provoquen caldeo, a excepción de los churretes de espantosas reducciones de Módena indiscriminados y sin sentido que siguen decorando multitud de platos.

En la misma línea se pronuncia D. Carlos Azcoytia, Premio Nacional de Periodismo Gastronómico Álvaro Cunqueiro, director de historiacocina.com y con un extenso historial de publicaciones gastronómicas: “Está comprobado que su origen geográfico [del gazpacho] está ubicado en la región sur de España llamada Andalucía, lugar olvidado de todas las administraciones y condenada, hasta hace poco, al mero papel de despensa agrícola...
[…]
El clima es variado, ya que la zona del nacimiento del gazpacho es tórrida en verano y con temperaturas suaves en invierno, lo que hace que en lo que respecta a la alimentación, en la época de la recogida de la siembra, sea necesario ingerir alimentos muy ricos en agua y sales para evitar la deshidratación y cuyos componentes esenciales fueran todos de temporada, todos vegetales y de fácil preparación , no debemos olvidar que en esta región, y de forma paradójica, se pasaba hambre mientras siendo abastecedor de alimentos de todo el reino.” (Pasamos por alto el concepto de clima, pues hemos venido a hablar de gazpachos y no de otros menesteres).

No puedo evitar cierto pudor al cuestionar a eruditos de tan extenso curriculum, pero hay afirmaciones que no tienen cabida en mi exiguo magín: digo yo que si los orígenes del gazpacho están en un plato que aporte energía a la par que mitigue los calores andaluces, no es muy descabellado pensar que sus orígenes exceden con mucho a los límites de la región andaluza. Al menos en Extremadura y en amplias zonas de las dos Castillas, las necesidades no habrían de ser muy diferentes y tampoco la disponibilidad de sus ingredientes. Porque en honor a la verdad, las temperaturas y la dureza del trabajo agrícola no entienden mucho de fronteras y menos de sentimientos regionalistas.

No crean que me mueven planteamientos chauvinistas ni mucho menos afán de atribuir a Extremadura el origen del gazpacho, ni tampoco de arrebatárselo a Andalucía: allí donde hubiera ajo, pan, aceite, vinagre y sal, calor y quizá una mijina de hambre habría gazpacho, el primigenio: algo de pan, ajo, aceite, vinagre, sal y agua y, más tarde, cuando comenzara a popularizarse el cultivo y el consumo de los frutos traídos allende los mares, a la sazón el tomate y el pimiento, evolucionaría hasta los actuales. Dicho sea todo ello con la salvedad de los gazpachos manchegos, que son guisos calientes y con carnes generalmente de caza y que, pese a coincidir en nombre, poco tienen que ver con lo que nos ocupa.

¿Podrían ambos autores referirse a Al-Andalus en lugar de la Andalucía actual? Me surge la pregunta por dos cuestiones, la primera, obvia, por ser Al-Andalus el origen etimológico del topónimo Andalucía. Matizo etimológico para diferenciarlo de un origen geográfico pues fueron notables las fluctuaciones de sus fronteras desde 711 a 1492.

La segunda cuestión que me invita a pensar que cuando ambos (y otros muchos que no cito por lo prolijo de nómina) autores atribuyen al gazpacho un origen andaluz podrían querer decir andalusí basándose en la voz del árabe hispánico gazpáčo que la Real Academia de la Lengua cita como posible etimología:

Quizá del ár. hisp. *gazpáčo, y este del gr. γαζοφυλάκιον gazophylákion 'cepillo de la iglesia', por alus. a la diversidad de su contenido, ya que en él se depositaban como limosna monedas, mendrugos y otros objetos.” Real Academia Española. (2001). Diccionario de la lengua española (22.a ed.)

Ambos motivos podrían justificar la afirmación de un origen andalusí del gazpacho asumiendo que tal origen se referiría un ámbito geográfico mayoritariamente situado en la mitad sur peninsular y de contornos un tanto difusos y fluctuantes. Algo que podría ajustarse bastante más al origen que buscamos, al menos, en una historia más o menos reciente porque no podemos olvidar que en tiempos del imperio romano ya había fórmulas similares.

La propia Real Academia es prudente en su etimología introduciendo el epígrafe con el adverbio de duda quizá. No en vano, Almudena Villegas, Licenciada en Geografía e Historia y especialista en Dietética y Nutrición, miembro de número de la Real Academia de Gastronomía Española y de la Real Academia de Gastronomía y Turismo de Andalucía, asesora de la Cátedra de Gastronomía de Andalucía y colaboradora de la Cátedra Ferrán Adrià de la Universidad Camilo José Cela, entre otras muchas referencias de un extenso curriculum, afirma: “En la antigua lengua acadia hay un verbo, el kasâpu, que significa romper algo (un alimento) en trocitos para su posterior distribución, lo que remite a la partición del alimento en el curso de una comida en común, en la que cada uno llevaba su parte –aquí vemos la convivialidad en la mesa, como ocurre en la cocina andaluza popular-. En este sentido, es posible analizar la etimología del gazpacho, siendo el primer elemento de la palabra gazpacho, caspa, gaspa, la cual es común con voces como la asturiana caspia “orujo de la manzana”, con el siciliano caspu orujo de uva, y con otras formas parecidas en antiguo francés que designan los residuos diversos de la leche o de los cereales. Designaría cualquier clase de trocitos y luego el término se especializaría para designar exclusivamente las escamas del cuero cabelludo. En todos los casos hay un elemento común de ciertos trozos o residuos. En este sentido la palabra se referiría a los trozos de pan y o de otros productos que forman parte del gazpacho. Por otra parte, el sufijo -acho es mozárabe y se extiende por el área de Andalucía, aunque no exclusivamente. Sería una derivación mozárabe de una palabra que designaba trozos sueltos de algo y que se especializa a partir del s. XVI en un tipo específico de comida, que nos viene a dar igualmente en el gazpacho.

Aunque el autor ya citado, D. Carlos Azcoytia, no duda en afirmar: “La temeridad de muchos a la hora de encontrar el origen del nombre de esta sopa siempre me dejó bastante perplejo, los hay que dicen que viene de la palabra caspa o de otros lugares que ni imaginar puedo, como de Portugal porque hay cada investigador que tira de espaldas, seres temerarios que tendrán muchas carencias culturales pero lo que es miedo al ridículo nunca. Antes de abordar una tarea lingüística siempre es más cómodo acudir en primer lugar al Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. Es simple, solo conectarse a su web y escribir la palabra que deseamos saber su significado y origen, algo que muchos ignoran, así que si buscamos el nombre gazpacho lo encontramos con la siguiente definición...” Y el autor transcribe textualmente la definición que con anterioridad hemos reproducido... solo que me parece que adolece de la prudencia que muestra la RAE con su “quizá”.

Pero dejando al margen las cuestiones etimológicas y volviendo a los orígenes geográficos del plato en cuestión, mucho más ecuánime que los otros autores citados se muestra Almudena Villegas: “El gazpacho, como vemos ha recorrido una larga senda: del campo a la corte, de servirse en cuencos realizados con corcho de encina [¡Ay, qué dolor!], como sucedía en las grandes dehesas de Andalucía y Extremadura, a emplatarlo en otros de porcelana del Buen Retiro; el camino del gazpacho ha sido el de la estrella, el de la popularidad y el camino brillante. Modelo de la cocina española por excelencia, referencia continua del espíritu andaluz, el gazpacho ligero, realizado con hortalizas frescas, y fácil de conseguir, ha logrado ser uno de los representantes gastronómicos internacionalmente reconocidos, de antigüedad inmemorial, plato repleto de contenido histórico y antropológico. Podemos conceder que en su origen era una elaboración refrescante típicamente mediterránea, pero con el paso de los siglos se ha hecho andaluza, y así, los andaluces, lo hemos sentido. Hasta tal punto que se identifica a una tierra Andalucía, por su gastronomía, en este caso los gazpachos.

Cuenco de corcho, primera mitad del siglo XX. Santibáñez el  Bajo (Cáceres). Colección familiar Fenollera

No resulta nada fácil seguir la pista del gazpacho, pues como dice Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana, 1611, se trata de un plato propio de clases humildes (“... es comida de segadores y gente grosera...”) y la mayoría de los recetarios anteriores al siglo XVIII está escritos por cocineros de cocinas cortesanas, que no lo mencionan. Así, en los “grandes clásicos”, Ruperto de Nola (describe alguna preparación con pan remojado en vinagre), Diego Granado, Martínez Montiño (cita una sopa de gazpacho caliente con carnes similar a los gazpachos manchegos) o Juan de Altimiras (o Altamiras) no aparece nuestro humilde gazpacho.

Tesoro de la lengua castellana. Sebastián de Covarrubias , 1611

El manuscrito El Cocinero Religioso instruido en aprestar las comidas de Carne, Pescado, Yerbas y Potajes a su comunidad de Antonio Salsete, seudónimo de un religioso navarro que la Real Academia de la Historia data entre finales del siglo XVII y el primer tercio del XVIII, describe una fórmula que bien puede considerarse la de los primeros gazpachos:

Gaspacho

Esa sopa se ha de hacer en barro, no en pieza de cobre por razón del vinagre. Se compone de pan migado, sal, agua, aceite y vinagre y cebolla. En sabiendo templar el vinagre, se sabe hacer bien
”.

Resulta destacable que el cocinero navarro describa esta primitiva receta del gazpacho porque a lo largo de su recetario utiliza con profusión los frutos que vinieron de América: se ve que aún no se habían añadido el tomate ni el pimiento a nuestro protagonista.

Juan de la Mata, repostero de la Corte de Madrid de origen leonés, en su Arte de repostería de 1747, nos habla del gazpacho sin atribuirle ningún origen geográfico:

En Cocina moderna. Tratado completo de cocina, pastelería, repostería y botillería, anónimo, editado en 1875 encontramos por primera vez el patronímico andaluz, aunque no aplicado directamente al gazpacho sino al ajoblanco y, sin embargo, sí cita un gazpacho extremeño:

SOPA BLANCA Ó FRIA, AJO BLANCO.

Esta sopa andaluza no es otra cosa que una variedad de gazpacho, que se obtiene del modo siguiente: se pelan siete habas y siete almendras, se machacan con un diente de ajo, humedeciendo el todo con aceite que se vierte gota á gota en bastante cantidad para formar una pasta muy blanda; se añade poco á poco, removiendo contínuamente para que se mezcle bien un litro de agua, una cucharada de vinagre ó el zumo de un limon, sal y pimienta, en cantidad conveniente. En una sopera ó ensaladera se coloca cosa de medio litro de miga de pan cortada á pedazos del tamaño de una avellana y se echa encima el líquido despues de haberlo colado.


GAZPACHO (SOPA FRIA).

Se frota con ajo crudo una fuente, y despues se echan aceite, cominos, pimiento y sal, y se bate hasta que esté bien mezclado; póngase despues pan partido en pedacitos redondos ó cuadrados, y despues de haberlos revuelto en la fuente, se echa agua fresca, dejándolos así un poco hasta que el pan se esponje, y en el momento de servirlo se pone vinagre para que el pan no se agrie, y se pueden añadir algunas rajas de pepinos, cebollas y pimientos.

Gazpacho extremeño.—En este país, naturalmente caluroso, se usa el gazpacho en el verano como una especie de refrigerante, tanto en las clases elevadas como en las trabajadoras. Las primeras lo suelen usar en el estío, en vez de la ensalada de lechuga, que ya en esta época es muy rara, porque los calores la arrebatan y hacen espigar. Y las segundas, que en esta estacion naturalmente están en las eras ó segando, lo suelen tomar entre las comidas, tanto para refrescar, cuanto para alimentarse alguna cosa, puesto que generalmente lo cargan bien de pan.

Se compone, pues, del modo siguiente: En un mortero ó almirez se echa un poco de aceite, sal y uno ó dos dientes de ajo, se maja bien y luégo se le aumenta un poco de miga de pan mojado, se vuelve á majar con el aceite, el ajo y la sal, de modo que se mezclen hasta que formen como un ungüento. Una vez así, se le echa unas gotas de agua (algunos en este estado suelen echarle tambien pimiento), y se revuelve con la mano del mortero ó almirez para que se vaya desliendo, aumentándole así agua, sin dejar de menearlo hasta llenar el mortero, vaciándolo en la fuente, y en la que se le acaba de echar el agua que se quiera.

Esto hecho se le miga el pan, no con el cuchillo, sino con la mano y á retortijon, dejándolo esponjar en este caldo hasta que se vaya á comer, cuidando un cuarto de hora ántes de picarle un poco de cebolla para que tome este gusto, y no echándole el vinagre hasta el momento mismo de servirlo; pues si le añaden este ingrediente ántes el pan lo absorbe todo y se pone agrio.

El tomate, el pimiento verde y el pepino todo picado, le hacen muy bien; el tomate y pimiento se le echa casi siempre
.”


En 1893, Ángel Muro, en uno de los libros considerados como imprescindibles de la cocina española, el Practicón, nos ofrece:

Continúa describiendo otras recetas andaluzas, que no reproducimos por no alargar más el artículo y, más adelante, encontramos:     


Finalizamos las citas de grandes clásicos con la Cocina Española Antigua de Doña Emilia Pardo Bazán, de 1913. Comienza su capítulo dedicado a las Sopas frías con:



Añade las recetas de un “gazpacho de campaña”, un “gazpacho blanco refrigerante” y un “ajo blanco”.

Y después de consultar éstas y otras fuentes sigo sin encontrar nada que me indique un origen andaluz del gazpacho. Vemos que algunos autores, siempre a partir del siglo XVIII citan gazpachos andaluces y extremeños, pero sin especificar que uno sea origen del otro. Las fórmulas citadas y otras muchas se repiten en Andalucía y Extremadura, tanto con frutos “postcolombinos” como sin ellos, a lo largo y ancho de sus muchos pueblos sin ninguna característica que identifique una clara distinción entre extremeños y andaluces: los hay blancos y rojos en ambas comunidades, con más y con menos hortalizas…Empeñarse en buscar uno más original que otro, así como el intento de establecer las diferencias entre el de una y otra región no nos ha de llevar más que a caer en la arbitrariedad sin rigor alguno.

Cuando se trata de platos de tan antigua y vasta raigambre popular debemos admitir la diversidad de fórmulas sin restar valor a unas u a otras y en ello radica la riqueza de la cocina popular. 

Al fin, la afirmación de Almudena Villegas se me antoja cargada de razón y con un matiz que aporta especial significación a la cuestión que nos ocupa: “...en su origen era una elaboración refrescante típicamente mediterránea, pero con el paso de los siglos se ha hecho andaluza, y así, los andaluces, lo hemos sentido.” Y es ese matiz emocional el que al final prevalece, pues no hay rigor histórico alguno en afirmar que el origen del gazpacho es andaluz, ni extremeño, por supuesto. La regionalización de la cocina tiene raíces románticas, las mismas que los nacionalismos, no tiene más rigor que la construcción artificial de una identidad.

Observemos que en la bibliografía de cocina las recetas no comienzan a ostentar un patronímico hasta el siglo XVIII.

Viene esto a desembocar en el debate de la cocina regional española… ¿existe? ¿Alguien podría afirmar que en los siglos, por ejemplo, XVI o XVII había una cocina regional en España? ¿Cuáles son sus fundamentos? Es indudable que cada zona tiene su personalidad inducida por el clima, la orografía, la distancia al mar y la mayor o menor influencia arábiga o judía. Los grandes canales de comunicación de la mesta y los caminos de peregrinación ayudan también a desdibujar esa posible gastronomía regional. Eso sin contar con que el actual mapa de las autonomías poco tiene que ver con las pretéritas demarcaciones.

Para los que comenzamos a ir al colegio antes del 78, el cocido montañés y las patatas a la riojana un día fueron cocina castellana (vieja) y el atascaburras y el pisto manchego, si se cocinaban en Albacete, fueron cocina murciana. Hoy son cocina cántabra, riojana y castellano-manchega (y que a los castellanoleoneses y murcianos no se les ocurra decir lo contrario). Apuesto que, recorriendo la costa, desde el sorropotún al marmitako hay cien marmitas que no son ni el uno ni el otro... ni dejan de serlo.

Justo estaba escribiendo estas líneas cuando el gastrónomo extremeño y amigo Juan Pedro Plaza Carabantes ha publicado un extenso y documentado artículo con motivo del Día de Extremadura del que no me resisto a reproducir una acertadísima cita que bien podría ser el colofón de todo lo escrito en este artículo: “Nuestra cocina tradicional, como todas las otras, no entiende de falsas fronteras geográficas y límites administrativos: Es libre, no entiende de fronteras. Y de aquí se deduce la interrelación entre platos de Extremadura, de Castilla-León, Aragón…, que descubriremos a poco que incidamos en ellos.”

Aunque sin duda existen platos claramente identificados con una localidad o zona, en general, la cocina regional española es un invento. Sí, sin ambages: un invento. Y no precisamente del Estado de la Autonomías, sino de épocas no demasiado lejanas en las que nombrar la autonomía podría provocar más de un sarpullido. Probablemente el primer intento de establecer una cocina regional fue la Guía del buen comer español, subtitulado Inventario y loa de la cocina clásica de España y sus regiones escrito por Dionisio Pérez por encargo del Patronato Nacional de Turismo en 1929, en las postrimerías del reinado de Alfonso XIII. El segundo impulso notable de la cocina regional española vino de la mano de la Sección Femenina del Movimiento en tiempos de la dictadura del general Franco. La misma Sección Femenina que designó el traje de montehermoseña como “traje regional extremeño”.

Aunque en honor a la verdad no fue un mérito exclusivo de la Sección Femenina. Como afirma Valadés: “Este proceso de simplificación, uniformización y simbolización no debe considerarse moderno ni achacarse exclusivamente a los grupos folklóricos ni a los Coros y Danzas de la Sección Femenina de Falange, sino que sus orígenes se remontan a la segunda mitad del siglo XVIII…” Valadés Sánchez, J.M. (julio-diciembre 2013) La indumentaria tradicional en la construcción de la identidad extremeña. Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, vol. LXVIII, nº2, pp 331-358, CSIC.

Y son estas simplificación, uniformización y simbolización las que nos llevan a crear una cocina regional “absoluta” buscando o inventando, a veces, diferencias donde no las hay. En el fondo, no se cuestiona en este artículo la existencia de la cocina regional, sino la forma de abordar el estudio de esa cocina. Una cocina regional que tratando de establecer “el auténtico loquesea andaluz, extremeño, castellano, gallego o euskaldun” dejará en el mismo olvido en el que cayeron las manos ajadas que las cocinaron cientos de recetas que bien podrían haber sido la elegida (arbitrariamente) como la auténtica.



Doña María de la Presentación Nozaleda Ramos, casada con el comandante de caballería D. José Nozaleda y Redondo eran gaditanos. En los cálidos veranos de la tacita de plata, allá cuando el sigo XIX andaba mediado, no podía faltar un gazpacho en su mesa. No sabemos si se lo encomendaba al servicio de la casa o lo majaba ella misma, pero lo cierto es que su receta, a la sazón, la misma que reprodujo Pardo Bazán en su Cocina Antigua Española en 1913, se la transmitió a sus descendientes. Así, con la siguiente generación pasó a Jerez de la Frontera y desde allí a Madrid, donde Bernardo, su nieto ya cambió la maza del mortero por el mando de un Turmix.

Hoy su tataranieto, que a muy temprana edad la aprendió de su madre, elabora con frecuencia la misma receta en Badajoz: tomates, pimientos verdes, pan, ajos, aceite de oliva, vinagre, agua y sal, en las cantidades que el gusto y la mesura le da a entender. 
Lebrillo de madera, probablemente perteneciente a Mª de la Presentación Nozaleda o a su hija. Finales del siglo XIX o principios del XX. Colección familiar Fenollera

Si algún lector ha podido intuir alguna sombra de aversión hacia lo andaluz, a modo exculpatorio sepan que Doña María de la Presentación era mi tatarabuela y que la primera vez que puse las manos en la cocina fue, siendo muy niño, para ayudar a mi madre y a mi abuela en la preparación del gazpacho. Si no recuerdo mal, creo que yo era el encargado de poner los ingredientes en el vaso de la batidora… por algo se empieza.




miércoles, 12 de agosto de 2020

Un gazpacho de poleo en Alburquerque

 
En estos veranos sin compasión al igual que en el caminar se persigue con anhelo el amparo de la sombra, en los quehaceres de la cocina se buscan los platos fríos, más apetecibles en la mesa de la canícula y que, de paso, nos evitan faenar con los fogones. Y, entre los platos fríos, reinan por derecho propio los gazpachos en sus muchas variedades. Mas el que traemos a colación no es un plato estival en sus raíces, sino de primavera. Aun así, transgrediendo la tradición estacional de la receta, resulta una muy agradable entrada para una comida veraniega. 


Atrás quedaba la noche callada, hendida por el alfanje rosado del alba de una primavera recién estrenada. Algunos jirones de niebla habían quedado, ora prendidos en las encinas, ora aferrados a los matorrales o desparramados por los barbechos. En lontananza, en lo más alto, presidiéndolo todo, con la blanca villa recogida a sus pies, el castillo de Álvaro de Luna. 
Y allí, al borde de la carretera de La Codosera, cerca del puente del Gévora, espera Mari el autobús para ir a la escuela, en Alburquerque. Los primeros rayos del sol arrancan destellos de azafrán sobre los campos que se van tapizando de magarzas en el despertar de la primavera. Atrás quedan las mañanas aceradas, cuando esperaba el autobús al calorcito de una pequeña hoguera.

Entretiene la espera imaginando qué depararía la tarde. Con el buen tiempo llega algo de diversidad a las tardes de bordados en el bastidor al calor del hogar. Quizá ayudar en las tareas de la huerta mientras el abuelo se ocupaba del ganado; si la suerte sonreía, dar un paseo hasta la cantina a por unas gaseosas y unas galletas de coco o quizá recorrer las vaguadas de los regatos que vierten sus aguas en el Gévora o en el arroyo del Cubo para recoger las primeras matas de poleo.

Poleo que vendría a reunirse en el mortero con lo que había en la majada: algunos pimientos secos, huevos y tomates en conserva, además de pan, ajo, aceite y vinagre, para convertirse con la paciencia y el rítmico machacar en un gazpacho de poleo.

Su madre escogió algunos pimientos de las ristras que secaron primero al sol y que luego, en el chozo cercano a la casa, compartieron colgaderos con la chacina recogiendo algunos matices ahumados. Los puso a remojo para que recuperasen algo de su turgencia y carnosidad pretéritas.

En el mortero machó unos ajos, un generoso ramillete de poleo, las carnes ya henchidas de los pimientos y despojadas del pergamino de su piel reseca, sal, algunas yemas de huevo duro y unos tomates en conserva, que aún quedan algunos botes. Y como aquello resbalaba en el mortero más de la cuenta, añadió un par de trozos de pan. Una vez bien majados y amalgamados los ingredientes, añadió aceite de oliva virgen, vinagre y agua fresca hasta conseguir dar con el gusto. Echó unos trozos de pan y la clara de los huevos picada.

Tras el invierno renacieron las matas de poleo en las tierras bañadas por arroyos y regatos y con ellas retornó a la mesa aquel gazpacho, como cada año, de primavera en primavera.

Conocía desde hace tiempo la presencia del poleo en algunos platos extremeños, pero nunca lo había probado fundiendo la frescura de su aroma con la calidez del pimiento seco: realmente sorprendente y agradable al paladar.

Me llega esta receta desde Alburquerque, por boca de Ángeles Rodríguez Mayo, a quien agradezco la paciencia con la que ha atendido las mil preguntas que me iban surgiendo en torno a esta deliciosa sopa fría: que si es una receta familiar o su consumo está extendido en la zona, que si siempre lleva tomate, que cuándo, dónde, cómo se toma, que si se conoce desde hace tiempo... Muchas gracias por tanta información y por facilitar la fotografía del Castillo de Luna tomada por su hermano David Rodríguez Mayo que ilustra estas líneas.

Su consumo estaba extendido, al menos, entre todas las familias que vivían en las majadas cercanas a Alburquerque. Se trata de un claro ejemplo de esa cocina que combinaba con sabiduría los productos del campo: poleo y los de producción propia: pimientos secos, conserva de tomate, huevos...

Puesto que el tomate en conserva es un elemento prescindible en la receta original, nos encontramos con un gazpacho muy similar a los que cita la Cofradía Extremeña de Gastronomía en la edición de 1985 de su Recetario de cocina extremeña: un “gazpacho de poleo” de Fuente del Arco y un “gazpacho blanco” de Calzadilla de Coria. Eso sí, con el añadido genial del pimiento seco.

En definitiva, uno más de la “familia” de los primigenios gazpachos blancos de consumo tan extendido en el agro del sur peninsular y a los que vendrían a incorporarse después los frutos que trajo el Descubrimiento de América.

Leo con frecuencia artículos de gastronomía y viajes que citan recetas del gazpacho extremeño, aportando incluso cuáles son las diferencias con el andaluz... La receta que nos ocupa es una muestra más de las múltiples variantes que puede presentar un plato. Es empeño habitual de las cocinas regionalistas el establecer la “receta auténtica de...” la paella valenciana, el gazpacho andaluz, el gazpacho extremeño, el cocido de aquí o de allá. Cuando profundizamos en la cocina tradicional los límites geopolíticos se difuminan, aparecen mil matices, mil variantes todas con su personalidad, tan tradicionales las unas como las otras. Tanto que intentar fijar una receta exacta del gazpacho extremeño, por seguir con este ejemplo, no nos llevará más que a empobrecer la cultura gastronómica dejando atrás cientos de fórmulas, además de caer en planteamientos tan inexactos como arbitrarios porque... gazpacho extremeño sí, pero ¿de antes o de después del Descubrimiento de América? ¿Del norte o de sur? ¿De zonas de huerta o de zonas pastoriles?

Sobre estas ideas nos extenderemos en un próximo artículo. Vayamos ahora con una versión del gazpacho de poleo de Alburquerque que sin apartarse de su esencia se adapte mejor a los paladares actuales, sobre todo en lo que a texturas se refiere pues no estamos ya acostumbrados a los gazpachos de mortero con sus trozos de pan remojados.

Ingredientes:
  • Cuatro huevos duros
  • Dos cucharillas de carne hidratada de pimiento seco o ñoras, que podemos sustituir, si nos resulta más fácil y accesible, por carne de pimiento choricero en conserva.
  • Un diente de ajo (o más... todo depende del gusto y de si prevemos alguna cita después de la comida).
  • Tres tomates al natural en conserva.
  • Dos o tres rebanadas de un pan de buena y densa miga.
  • Aceite de oliva virgen extra (cantidad y variedad al gusto, aunque me permito recomendar tres cucharadas de un Vieru ecológico de Manzanilla cacereña de Almazara As Pontis que nos aportará un delicioso aroma).
  • Vinagre (cantidad y variedad al gusto).
  • Sal al gusto.
  • Agua en cantidad según la cremosidad que queramos obtener.
  • Y un generoso ramillete de poleo fresco (no me vayan a usar un sobre de infusión).
Preparación:

Así como en la elaboración en mortero sí conviene observar cierto orden en la preparación, en este caso en el que vamos a utilizar algún procesador de alimentos: batidora de brazo, batidora de vaso o tipo Thermomix, no se requiere más preparación que haber separado la clara de los huevos duros (que reservaremos para decorar) y haber remojado el pan.

Trituraremos todos los elementos hasta conseguir una crema fina y homogénea y decoraremos con clara de huevo picada y si, queremos aportar un toque crujiente, algún trocito de pan que podemos haber desecado en el horno (sin que llegue a tostarse).

Solo queda entregarse a sus aromas y a su textura cremosa y disfrutar.


miércoles, 17 de octubre de 2018

La elegancia de la sencillez. La porrada, un plato cátaro.

Lo prometido es deuda y en el pasado artículo sobre la Ruta de la tapa vegana de Badajoz anticipaba otro plato de raíces centenarias e idóneo para la cocina vegana.

Has de saber […] que no hay plantas buenas para comer que no sean también buenas para curar, siempre y cuando se ingieran en la medida adecuada. Sólo el exceso las convierte en causa de enfermedad. Por ejemplo, la calabaza. Es de naturaleza fría y húmeda y calma la sed, pero cuando está pasada provoca diarrea y debes tomar una mezcla de mostaza y salmuera para astringir tus vísceras. ¿Y las cebollas? Calientes y húmedas, pocas, vigorizan el coito, naturalmente en aquellos que no han provocado nuestros votos. En exceso, te producen pesadez de cabeza y debes contrarrestar sus efectos tomando leche con vinagre. Razón de más – añadió con malicia – para que un joven monje guarde siempre moderación al comerlas. En cambio, puedes comer ajo. Cálido y seco, es bueno contra los venenos. Pero no exageres, expulsa demasiados humores del cerebro. En cambio, las judías producen orina y engordan, ambas cosas muy buenas. Pero provocan malos sueños”. El nombre de la rosa. Umberto Eco

Así aleccionaba Fray Guillermo de Baskerville al joven Adso durante su estancia en la sombría abadía de San Michele de la Chiusa. Ejemplos sobrados tenemos de la preocupación del clero por las cosas del comer, baste dar un repaso a los recetarios de los monasterios de Alcántara o Guadalupe. También es cierto que en los tiempos en los que transcurre El nombre de la rosa casi todo el saber se recluía en los monasterios por lo que no debe sorprendernos tan sesuda disertación sobre las propiedades de las hortalizas.

¡Penitenciágite!” Mas no es el saber culinario de Fray Guillermo lo que trae a colación la obra de Eco. “¡Penitenciágite!” fue la palabra del animalesco monje Salvatore la que induce a Guillermo de Baskerville a pensar que el susodicho debió pertenecer a la herejía de los dulcinistas. Una de las corrientes religiosas que surgieron en la Edad Media y que predicaban la pobreza original de la Iglesia. Por muy indulgente y comprensivo que se mostrase Fray Guillermo en sus largas disertaciones con Ubertino, no duraron demasiado estos grupos religiosos que fueron perseguidos por la Santa Inquisición y concienzudamente asados por el bien de su alma, pues independientemente de las consideraciones teológicas pertinentes, lo cierto es que estos grupos, ya sean bogomilos, patarinos, dulcinistas, valdenses o cátaros surgidos como reacción a la opulencia de buena parte de la iglesia católica suponían una amenaza para el poder político y económico de Roma.

Quizá, de estas herejías la más relevante haya sido el catarismo. Surgida en el sur de Francia en el siglo X, aunque sus orígenes se remonten algunos siglos atrás, en las creencias páulicas en Armenia. Esta iglesia también llamada de los bons homes (hombres buenos) en sus inicios gozó de ciertas simpatías en la sociedad del momento, antes de que en 1209 el papado iniciase la cruzada contra el catarismo.

Los cátaros predicaban la austeridad. Los perfectos, el equivalente al orden sacerdotal católico, practicaban la pobreza, la abstinencia y la castidad. Rechazaban buena parte de los alimentos habituales en la Edad Media, como la carne, los huevos y la leche y sus derivados. Su alimentación, por tanto, se basaba en un peculiar régimen vegetariano en el que se admitía el pescado. No admitían las carnes, huevos y lácteos por considerarlos impuros al tener su origen en la fornicación, sin embargo comían pescados. La biología no estaba muy avanzada por aquel entonces y se consideraba que los pobres peces no practicaban el fornicio sino que surgían por generación espontánea de las aguas, así que se podían comer pues no eran fruto del pecado.

Entre la abstinencia y, sobre todo, la austeridad podemos suponer que sus recetarios no eran precisamente ricos y distaban mucho de parecerse a los de los monasterios católicos. Sin embargo, de esa sencillez surge el plato que probé recientemente y me maravilló por su elegancia: la porrada o cebada. A veces, como dijo el arquitecto Ludwig Mies van der Rohe, “menos es más.

La receta proviene del libro La cuina al temps dels Bons Homes, de Toni Massanés y Karina Behar. Un excelente tratado de cocina medieval catalana y occitana. Debemos reseñar que los cátaros, en su persecución, se asentaron en tierras catalanas y uno de sus últimos reductos fueron parajes del Pirineo de Lérida.

Esta porrada aparece citada en las actas de los procesos de la Inquisición contra los últimos cátaros, un declarante explica que sintió fugitivos heréticos escondidos hablando en occitano de la porrada.” Toni Massanés.

Porrada o cebada (cuando se elabora con cebolla).

Ingredientes:

Un manojo de puerros

250 gramos de almendras

Aceite de oliva virgen, sal y pimienta

Preparación:

Moler las almendras y dejar en remojo en agua o mejor en caldo de verduras toda la noche.

En la receta que facilita Massanés se cuela esta preparación para obtener una leche de almendras. Nosotros hemos dejado la preparación sin colar. Para elegir esta opción y que la textura de la crema no se resienta, debemos conseguir un molido perfecto de la almendra.

Sofreír los puerros picados en aceite de oliva. Añadir la preparación anterior, dejar hervir y triturar. Aunque los cátaros no tuviesen batidora ni otros robots de cocina, recomendamos utilizar alguno de estos artilugios para lograr una buena textura. En la receta consultada se corrige el espesor con almidón de arroz pero, en nuestro caso, al dejar la almendra sin colar, ha quedado suficientemente espesa.

Solo nos queda salpimentar al gusto ¿Puede haber receta más elemental?

Parece ser que los cátaros, a pesar de su austeridad y abstinencia, sí tomaban vino aunque con moderación. Así que recomendaremos también un vino… pero nos vamos unos cuantos kilómetros al sudoeste de las comarcas cátaras para sugerir un vino de nuestra Extremadura: Viña Puebla blanco fermentado en barrica de Bodegas Toribio, un macabeo con elegantes notas de lías y una cremosidad y aromas tostados que nos parecen una armonía idónea para las almendras de la porrada.

domingo, 22 de octubre de 2017

Sopas de ajo para un triste otoño español


La llegada del otoño siempre ha sido una época del año que he recibido con especial alegría: verdeguean los bordes del camino, pronto crepitarán las chimeneas, los bosques lucirán en cien tonalidades ocres y bermellones antes de sumirse en su desnudo letargo invernal, multitud de setas rasgarán los suelos hace poco resecos.

Las gotas de lluvia repiquetean con fuerza en los tejados. Hacía tiempo que este sonido no era tan bienvenido, tan anhelado. Galicia, Asturias, León, Portugal se desgarran en llamas; Cataluña arde en odios. Sí, la lluvia ayudará a sofocar los incendios del oeste, pero sus oscuras cicatrices, el dolor por sus muertos, la angustia de quienes lo han perdido todo persistirán mucho tiempo; la lluvia tampoco apagará los odios encendidos en el este.

Las gotas de lluvia repiquetean con fuerza en los tejados, pero ese sonido otrora percibido como alegre melodía, este año más recuerda a un infausto redoble. Y es que, como decía Unamuno, España me duele.

Recuerdo a mi madre diciendo “tengo el estómago triste… me voy a preparar una sopa de ajo” y, sin ánimo de frivolizar, hoy no se me ocurre hablar de otra cosa que de la sopa de ajo, porque es un plato honesto, humilde, un plato lleno de sentido común, de coherencia, de seny. Y porque, además, no hay un recetario regional de España que no describa una sopa de ajo, pan y aceite. Con más o con menos añadidos, cocida o calada, más clara o más espesa, con pimentón o sin él, la sopa de ajo es un lugar común de las cocinas tradicionales de todas las tierras de esta tierra.

Quizá la más afamada sea la sopa castellana, que utiliza pimentón, jamón y huevo, a veces, chorizo. La Zurrukutuna vasca es muy parecida a la castellana, pero sustituye los productos cárnicos por bacalao. “La sopa d’all a Catalunya es fa amb aigua, pa, all i sal normalment s’afegeix farigola [tomillo]”. Leo también unas “sopas de allo: unha vez que o pan de centeo estaba duro, para aproveitalo cortábase en sopas nunha cazola, Fervíase auga con unhas areas de sal que logo se lle vótaba enrriba a ablandar . Nunha sartén frítense os allos, logo apártanse, no mesmo aceite ou grasa que se fritiron fánse tamén os ovos que logo se lle votará enriba”. El poeta de Cabra Juan Valera escribe en tono de humor: “… y los maimones, que son unas a modo de sopas, deben provenir del califa, marido de la susodicha Borán, el cual se llamaba Maimón, ya que no provengan del gran filósofo judío Maimonides, cordobés que era, y compatriota por lo tanto, de los maimones sopa, torta y bollo”: en Andalucía se conoce por maimones también a otra suerte de sopa de ajo. Pancuit, en las Baleares. Y a lo largo y a lo ancho de esta tierra, qué abuela, qué madre no ha sofrito en buen aceite unos ajos, unas lascas de pan y con caldo, si lo había, y si no con agua ha dado unos hervores y en diez minutos ha confortado los estómagos de la familia.

Félix Mocoroa, presidente de la Cofradía Vasca de Gastronomía, escribió en 1957 una magistral disertación sobre la sopa de ajo en la que describe todo tipo de detalles sobre los aspectos físico químicos del ajo, el aceite y el pan y sus interacciones durante la cocción. Y, en el tercer párrafo de esta disertación, expone:

“Efectivamente, una de los platos más populares de España es la sopa de ajo, hasta el punto de que el que fue profesor de Historia del Derecho de la Universidad Central de Madrid, don Laureano Canseco, decía que se podía hacer una clasificación de las regiones españolas por la forma de preparar estas sopas. Puede asegurarse sin temor a equivocarse que la mayoría de nuestros padres y nosotros mismos nos hemos criado con sopa de ajo…”

Dionisio Pérez (seudónimo post-Thebusem), precursor del periodismo gastronómico y presidente honorario de la Asociación Profesional de Cocineros de Cataluña, en su “Guía del buen comer español,” nos brinda esta curiosa disertación sobre las sopas de ajo.

"Leí alguna vez que las sopas con que algunos cafés de Madrid llegaron a alcanzar fama resonante y dineros hasta enriquecerse, procedían de la Mancha, como las no menos famosas judias del "tio Lucas"; mas he aquí que en el Bajo Aragón estas sopas gozan también de gran predicamento. En la cocina madrileña influyó siempre enormemente el régimen de las botillerias y cafés y tabernas, donde comia buena parte del vecindario, y claro es que en estos lugares el fa presto era la norma del servicio. Los platos sencillos y de confección rápida eran los preferidos por los cocineros y los que figuraban siempre en las listas de platos del dia.
Además, las sopas de ajo eran el condumio más económico de cuantos se servian al público. No se le atribuian entonces virtudes terapéuticas que más tarde las han elevado a la categoria de recetas de médico, recomendada singularmente para la cena de algunas personas de edad que quieren prolongar su vida con parsimonioso y prudente régimen. Sin embargo, lo que no sabian nuestros literatos más o menos bohemios del pasado siglo, que fueron grandes consumidores de sopa de ajo, lo proclamaba el pueblo del Bajo Aragón en una letrilla refranera que dice así, y que conocia Ricardo de la Vega
[debe referirse a Ventura de la Vega] cuando compuso su receta, en verso, de las sopas de ajo:

Siete virtudes
tienen las sopas:
quitan el hambre,
y dan sed poca.
Hacen dormir
y digerir.
Nunca enfadan,
siempre agradan.
Y crian la cara
colorada.

La cara colorada ha sido siempre para el pueblo español la señal cierta de buena salud.
Alejandro Dumas comió las sopas de ajo con enorme prevención y le parecieron bien. Copió la receta que le dieron y la divulgó en Francia, salvo que en su horror al aceite preceptuó en su receta la grasa, sin precisar cuál debía emplearse. Las sopas de ajo no están bien sino cuando se las hace con buen aceite. Con buen aceite y con buen tino; ningún plato como este, que parece sencillísimo, exige una mayor habilidad en el cocinero para elegir el momento preciso en que han de retirarse del fuego. Dumas redujo su preceptuación a la más extrema simplicidad, llegando a suprimir el pimentón, que aún no se vendia en Francia; pero no todos los cocineros proceden del mismo modo. Hay quienes comienzan friendo el pan con el ajo; quien cuece el pan antes y luego vierte encima el aceite frito con ajo, cebolla y perejil. No, no, no. Todo esto son heterodoxias lamentables. La sopa de ajo madrileña, la de los cafes y las tavernas, se hace poniendo aceite en la sartén y friendo en seguida tres o cuatro ajos picados. Cuando están bien dorados, se agrega una cucharada de pimentón y, antes que ennegrezca, el pan cortado a rebanadas, algo tostadas o no, el agua hirviendo y la sal. En los cafés zampan un par de huevos por ración; en las tavernas, uno solo, generalmente, y en los lugares modestos se bate un huevecillo y se vierte para que dé sabor y apariencia y alcance la ilusión del huevo para todos con poco gasto. El llevar la sopa luego de hecha al horno, dejándola allí resecar y cubrirse de un costrón, es refinamiento en que no pensaron nuestros abuelos.
Al salir de Madrid, las sopas de ajo, que es ya un plato nacional, se modifican. En algunos pueblos de la provincia de Segovia, a las sopas de ajo les agregan cominos y las tuestan al horno. En las comidas de bodas se sirven de ajo con perejil y huevos picados.
En algunas provincias costeras se hacen sopas de ajo agregándoles pescados o mariscos; confusión lamentable que ha trascendido ya a algunos recetarios modernos. La buena doctrina es que las sopas de ajo deben saber solo a sopa de ajo."


Como receta, dejo ésta del libro de cocina “El Practicón” (1899) de Ángel Muro, que incluye la descripción de la sopa de ajo que Ventura de la Vega escribió en tres octavas reales, de las que reproduzco la segunda:

Ancho y profundo cuenco, fabricado
De barro (como yo) coloco al fuego;
De agua lo lleno: un pan despedazado
En menudos fragmentos le echo luego;
Con sal y pimentón despolvoreado,
De puro aceite tímido lo riego;
del ajo español dos cachos mondo
en la masa esponjada los escondo.




Epílogo a modo de justificación

Podríase juzgar frívolo y atrevido mezclar las cosas del comer con momentos tan duros y de tanta trascendencia social y política y, sobre todo, humana. Quien así lo entienda, espero que tenga a bien disculparme.

Este blog nació para compartir emociones en torno a la mesa. Hasta ahora ha imperado en él el buen humor, lo entrañable… pero hoy la emoción que me invade es la tristeza y también el enojo.

Cuánto quisiera que las tristezas provocadas por el sinsentido se consolasen, como el estómago triste de mi madre, con unas sopas de ajo. Bien sé que no.

Durante generaciones las madres, abuelas, taberneros y cocineras han engarzado en un prodigio de coherencia tres humildes ingredientes en un plato honesto, lleno de sentido común, de seny confortando espíritus y estómagos. Y eso reclamo a quienes obtuvieron nuestra confianza: honestidad, sentido común, coherencia, humildad, seny.