"¿Qué has puesto para comer?
- ¡Oh! No te apures... El cocidito de siempre."


Tormento. Benito Pérez Galdós

domingo, 13 de julio de 2014

Un crudo antojo





Hay tardes en las que, sin saber ni cómo ni por qué, la memoria del paladar actúa impulsiva y dictatorial y comienzan los antojos y no porque uno se encuentre en estado de gravidez. Si esos antojos encuentran eco y aplauso en quien te acompaña, la amenaza de una cena improvisada y poco indicada para las “operaciones bikini” se convierte más que en peligro en toda una certeza.

Lo primero en estos casos es buscar la materia prima en algún lugar que garantice el éxito. Elegimos Donoso Carnicerías y salimos con un excelente y bien reposado solomillo de retinto. El primer paso para un prometedor steak tartar está dado.

Para acompañarlo, aunque muchas doctas opiniones se inclinan por tintos intensos y de corta crianza, elegimos un riesling, pues la tarde es calurosa y los efusivos aromas y las aristas ácidas de la uva germana prometen agradables armonías con los condimentos de este plato.

La receta:

Limpiamos la pieza de restos de piel y grasas y, para dos personas, picamos a cuchillo unos 300 gramos de solomillo de retinto e, insisto, a cuchillo: la excelencia de este plato no puede alcanzarse humillando la dignidad del solomillo en una picadora. La textura suelta del picado a cuchillo en nada se parece a la masa que proporciona la picadora. La carne debe picarse justo antes de ser consumida para evitar oxidaciones.

Cortamos muy finamente, en brunoise, pepinillo, alcaparras y cebolla tierna. Aquí se acaba la fase de cocina, el resto de la receta lo prepararemos en la mesa llevándonos allí todo lo necesario. Así, además de ofrecer un exquisito plato, distraeremos a nuestros invitados con todo un espectáculo… aunque cuando vean todo el despliegue no tengan muy claro si vamos a darles de comer o hacerles una demostración de manualidades o cualquier otra habilidad.

Llevaremos a la mesa: un bol profundo con una yema de huevo cruda en el fondo (si es posible, ese bol irá dentro de otro bol que contenga hielo), salsa Perrins, tabasco, un molinillo de pimienta, sal, mostaza (prefiero la Louit al estragón), aceite de oliva, un platito con los picadillos de cebolla, alcaparras y pepinillos, medio limón y otro plato con la carne picada.

Dispuesto todo el arsenal, comenzamos la preparación: añadimos a la yema de huevo un poco de aceite de oliva, una cucharada de mostaza, salsa Perrins, tres o cuatro gotas de tabasco, un poco de zumo de limón, un poco de sal y pimienta y mezclamos bien todos esos ingredientes. Las cantidades dependerán del gusto, pero siempre buscando un equilibrio y evitando que unos sabores prevalezcan sobre los otros. También admite un chorrito de brandy administrado con bastante avaricia. Una vez obtenida una mezcla homogénea, añadimos la carne y mezclamos con buen ritmo. Si no nos encontramos inspirados podemos poner un disco con las Czardas de Monti o con una Danza Húngara de Brahms. También podríamos usar la Danza de Zorba el Griego pero si nos dejamos llevar por la pasión corremos el riesgo de poner un pegote de carne en la frente del comensal más cercano y eso no quedaría bien. Una vez que tenemos bien mezclada la carne con la salsa, añadimos una cucharada de cebolla, otra de alcaparras, otra de pepinillos y volvemos a mezclar con alegría. Lo probamos y, si es preciso, corregimos de sal y pimienta.

Servimos la mezcla intentado dar en el plato una forma más o menos atractiva como un flan, un óvalo… en fin, algo que no parezca una simple plasta de carne picada y lo decoramos con clara y yema de huevo duro ralladas y perejil picado.

Llegados a este punto, solo queda disfrutar.

domingo, 6 de julio de 2014

Un excedente de pepinos


Un súbito excedente de pepinos en el huerto me hace recurrir a la imaginación o a los recuerdos. Está bien regalar pepinos a familiares y amigos, pero tampoco es cuestión de abusar que pocos pepinos agradan, pero muchos podrían llegar a enfadar. Solo hay cinco plantas en nuestro pequeño huerto, pero qué generosas están siendo.

Y no estando las musas gastronómicas tan pródigas en inspiraciones como las matas de pepino lo están en frutos, es la memoria la que aliviará el problema del excedente cucurbitáceo.

Mientras Madrid se movía con su Movida, en Radio Televisión Española, mucho antes de que reputados cocineros irrumpieran en la pequeña pantalla, estrenaba Con las manos en la masa. Elena Santonja cocinaba con algún famoso y nuevas recetas engrosaban los recetarios familiares. Eran los años ochenta.

Estábamos mi padre y yo solos en casa y Elena Santonja preparó una crema fría de pepino. La idea nos gustó y no sé si estarían todos los ingredientes en casa o rápidamente tendría que salir a por ellos. Nos pusimos manos a la crema y cuando llegó mi madre, cenamos aquella sopa fría que acabó en su recetario manuscrito con la anotación de “muy buena” en la esquina de la página y el nombre de crema eslava, no recuerdo si porque así la denominaron en el programa o porque los ingredientes nos inspiraron aquel patronímico.

Crema fría de pepino o crema eslava

Ingredientes
  • Mantequilla (La receta original utiliza mantequilla para el sofrito, aunque si queremos acercarnos más al gusto hispano, podemos utilizar aceite de oliva con buenos resultados)
  • ½ cebolla
  • 4 pepinos
  • ½ litro de leche
  • ½ litro de agua (habría que probar con un caldo de ave suave)
  • 4 granos de pimienta negra
  • 2 cucharadas de maicena (u otro espesante)
  • Una rama de hierbabuena
  • Un vasito de crema de leche (En casa siempre se usó nata, aunque me inclino a utilizar creme fraiche)
  • Sal
  • Vinagre (prefiero un vinagre de sidra)

Preparación

Se sofríe la cebolla picada y cuando se haya rendido se añade el pepino cortado en trozos medianos. Al pelarlos, suelo dejar algunas tiras de piel para que queden algunas trazas verdes en la crema. Se sala, se añade la pimienta y se cubre con la leche y el agua. Después de tres cuarto de hora de cocción, añadimos la hierbabuena y la maicena y damos un hervor.

Se pasa por batidora con la crema y el vinagre y se sirve muy fría.

Una preparación sencilla y fresca para el verano que bien podemos acompañar con algún vino blanco suave y aromático. Un Torivin blanco joven con sus aromas de frutas y sus suaves herbáceos será una buena compañia para esta crema.

lunes, 30 de junio de 2014

Noche japonesa en la Tierra de Barros



Al plantar el arroz cantan: primer encuentro con la poesía”. 
Matsuo Basho

Los pámpanos son los tallos verdes de la vid, aquellos que en verano se agostarán y se convertirán en sarmientos leñosos, cargados del fruto maduro. Los pámpanos son jóvenes, dinámicos, frescos; los pámpanos son también promesa, futuro, sorpresa y vida. Así es Pámpano Vinatería, en Almendralejo: un local dinámico, vivo, fresco, moderno y con capacidad de sorprender.

Que en el corazón de la Tierra de Barros, en una ciudad que ostenta el título de Ciudad Internacional del Vino haya una vinatería, más que sorprender, diríase que es de rigor. Que en la Ciudad de la Cordialidad, encontremos un local amable, acogedor y concebido para el disfrute podríase considerar previsible. Que, en Almendralejo, en una noche de cata, cena y armonía, el vino brille por su ausencia sorprende, como sorprenden la vivacidad y los caprichos de los pámpanos.

De la mano de Piedad Fernández, que regenta Pámpano Vinatería, y de Isabel Cuevas, que demostró conocer como pocos la cultura japonesa, disfrutamos de una memorable cena elaborada por Ayako Anzai. Si excelentes resultaron los nigirizushi y los makizushi, fueron una caballa y una melva marinadas las preparaciones que destacaron en finura y aroma.

Mas, sin que suponga menoscabo alguno para el excelente trabajo de cocina, fue el sake el gran protagonista de la velada: un universo de aromas, para muchos, desconocido. La iniciativa de Piedad e Isabel nos permitió caminar unos primeros pasos sobre unos inexplorados senderos de finura, de equilibrio, de delicadeza: un mundo por descubrir y disfrutar. Un mundo en el que, como en el haiku de Matsuo Basho, las canciones de los plantadores de arroz se hacen poesía, poesía en el paladar.

 

miércoles, 25 de junio de 2014

Cata en el COnvento: quizá no volvamos a beber vino


No hace mucho tiempo los escombros se amontonaban donde, la tarde del jueves diecinueve, una formación de copas alineadas amenazaba con romper la paz del claustro.

Es el claustro del COnvento, un espacio raro, singular. Un lugar donde se respira un perturbador aire de innovación. Una fachada que durante décadas ha pasado desapercibida escondía las ruinas de un convento de clarisas de los siglo XIV y XV y hoy ostenta una original rejería obra de José Luis Hinchado. Franqueada la puerta de acero, vetustas paredes y columnas que dejan entrever sus vísceras de ladrillos centenarios, paredes de cristal y escaleras y suelos metálicos configuran un espacio complejo, casi laberíntico donde elementos de antaño se alternan con modernos materiales y mobiliario de diseño innovador.

Es la obra de Begoña Galeano y Julián Prieto. Es el lugar donde COnfluyen la historia de un COnvento, la genialidad de unos arquitectos y las ideas de vanguardia de Ángel Álvarez Taladriz, Laura Gutiérrez Araujo y Servando Saavedra. Lugar de COnfluencia, destinado al COworking, la COcreación y la generación de ideas. Es un espacio que dará que hablar, que dará mucha COnversación. (y, disculpen, no se me ha encasquillado el dedo de las mayúsculas sino que [CO] es su seña de identidad).

Al COnvento han ido llegando gentes. Un público heterogéneo deambula por el laberinto mientras espera descubrir otro laberinto, el de los aromas, sabores y colores del vino.

Se alza la voz de Sergio Chaparro. Habla de vinos y momentos, de sensaciones y experiencias. Wine and Moments inicia su presentación hablando del vino de un modo distinto. Los que hemos participado e incluso impartido algunas sesiones de cata percibimos un aroma diferente, un aroma de emoción e innovación; los que asisten a su primera cata se encuentran ante algo imprevisto. Sergio cede el protagonismo a Carlos Cabo y las emociones dan paso al vino: con humor, con elegancia y desmitificando, Carlos nos pasea por el universo del aroma, del color y del sabor. Invita a descubrir el vino y descubre al catador que llevamos dentro. Sergio y Carlos, Carlos y Sergio se van relevando: aromas se mezclan con emociones, sensaciones con momentos y el vino lo impregna todo. Un vino diferente lleno de secretos desvelados, degustados.

Seguramente muchos de quienes estuvimos el jueves en el COnvento no volvamos a beber vino. Lo dijo Dalí: “Quien sabe degustar no bebe jamás el vino, sino que degusta secretos”.



domingo, 15 de junio de 2014

Experimentando con andares, texturas y sabores: unas manitas con marisco.


Es de sobra conocido el dicho: del cerdo hasta los andares. Nunca he sabido si quien ideó este adagio pensaba en lo garboso que resulta el trote cochinero o la deliciosa textura de sus manitas, al igual que tampoco he sabido por qué casi siempre se llaman manitas aun cuando su tamaño no creo yo que requiera el uso del diminutivo.

Hace tiempo que vengo dándole vueltas a mezclar la untuosidad de la textura de las manos del suido con algún crujiente y con el intenso sabor del marisco. Pero lo cierto es que uno no es muy ducho en estos diseños y me ha llevado cierto tiempo dar con una idea que llevar al plato. Comparto la idea por si alguien se atreve y sobre todo por si alguien se anima a mejorarla y compartir los resultados.

Ingredientes (para cuatro raciones):

Dos manos de cerdo
Media cebolla
Ajo
Laurel
Perejil
12 gambones (o langostinos grandes y, mucho mejor, carabineros).
Medio tomate maduro
Medio puerro
Dos escalonias (chalotas)
Brandy (medio vasito)
Aceite de oliva virgen
Sal
Pasta brick
Espesante, fécula o xantana (optativo)

Jugo de marisco

En una sartén con un poco de aceite de oliva virgen sofreímos la escalonia, un diente de ajo, el puerro y, por último, el tomate finamente cortados junto con las cabezas de los mariscos. De vez en cuando aplastaremos con la cuchara de madera las cabezas para que suelten todos sus jugos. Una vez sofrito, añadimos el brandy y flambeamos. Cuando se haya apagado el incendio, cubrimos con agua. Dejamos que hierva unos veinte minutos a fuego lento.

Colamos en el chino y el caldo resultante lo volvemos a llevar a ebullición hasta que se reduzca hasta un treinta por ciento. Si se quiere se puede añadir algún espesante, pero no se trata de obtener una crema, tan solo un caldo razonablemente ligado y concentrado. Este jugo de marisco, está basado en parte de una receta de Paco Roncero, que nada tenía que ver con las manos pero sí con un sabroso jugo de marisco.

Manitas

Cocemos las manitas en olla exprés una media hora con cebolla, dos dientes de ajo sin pelar, laurel y unas ramas de perejil. Dejamos que se templen un poco, más que nada para no quemarnos demasiado, y deshuesamos. Picamos las manitas a cuchillo en trocitos no mayores de medio centímetro.

Hacemos un machado de sal, ajo y perejil (medio diente de ajo y unas hojas de perejil) y lo mezclamos con aceite de oliva virgen. Se trata de obtener un aliño suave con los aromas del ajo y del perejil pero que no resulte muy fuerte.

Aderezamos el picadillo de manitas con ese aliño.

Cortamos unos rectángulos de pasta brick y hacemos una especie de canelón o de rollito cerrado por los extremos con la pasta brick rellena del picadillo de manitas. Horneamos unos minutos hasta que la pasta se dore.

El plato
Ponemos un fondo del jugo de marisco y el rollito encima. Decoramos con los cuerpos de los langostinos, gambones, carabineros o lo que hayamos usado cocinados a la plancha.

La idea del plato es jugar con las texturas líquida, crujiente y melosa del jugo, pasta brick y manos respectivamente y con los sabores del marisco y del ajo y perejil. En fin, esa es la idea… y el resultado júzguenlo ustedes sin piedad, que de las críticas se aprende.