"¿Qué has puesto para comer?
- ¡Oh! No te apures... El cocidito de siempre."


Tormento. Benito Pérez Galdós
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domingo, 21 de mayo de 2017

Evocaciones griegas para una lubina



- He traído pescado.

Uno anda abstraído mientras intenta cumplir con el fisco.

- ¿Qué has traído?

- Lubina.

Y es que lo de la declaración tiene su miga. Tedio más que miga.

- Voy.

Y llego a la cocina y veo dos lubinas, frescas, tersas, brillantes. Las miro.

- ¿No están frescas?

- Corruptas no están…

-¿Qué?

- Nada, asociación de ideas… Que sí, que están frescas.

Lo cierto es que no sé qué hacer con estos dos bichos y es que ese impreso con más casillas que un parchís en el que nunca saco el seis doble me incita más a liarme a cuchilladas con un buen lomo de atún o de salmón para preparar un tartar que a mimar tan delicadas piezas.

Diría que las lubinas me miran aburridas… parece que me piden algo más que “a la sal” o “a la espalda”, que sin desmerecer ninguna, están ya muy vistas o, hablando con propiedad, muy saboreadas.

Aún suena la música con la que acompañaba mi travesía por las casillas del impreso. Canta Mitropanos la desoladora belleza de “Roza”; antes sonaron rembétikos, jasápikos y tsifteteli. Las melodías y los ritmos sugieren aromas y parece que las lubinas esbozan una sonrisa.

La música griega que transita como su historia entre el desconsuelo y la alegría, entre la esperanza y la tragedia; evoca olivos y limoneros, puertos del mediterráneo y mercados de Estambul. Y a ritmo de sirtaki el cuchillo la emprende con el perejil, corta tomates secos, pica ajos, tritura aceitunas negras, corta y pica, pica y corta y cuando todo es casi una masa, un perfume de ralladura de limón y orégano queda atrapado en la mezcla que se traba en un oleoso abrazo de oliva virgen.

El horno, precalentado, acoge las lubinas embadurnadas por dentro y por encima con la negruzca mixtura. En el vientre, una hoja de limonero regalará sus aromas y sobre el lomo, unas semillas de sésamo aportarán texturas. Como yacija, unas rodajas de tomate espolvoreadas de ajo y perejil picados.

Tras veinte minutos, las lubinas en el plato y en la copa un Maná blanco joven de Garnacha de Bodegas Toribio compusieron un bonito lienzo de aromas.


Ingredientes:

Para dos lubinas de unos 300 gr.


Picadillo: 75 gr. de aceitunas negras, un ramito de perejil fresco, uno o dos dientes de ajo (según gustos), la ralladura de medio limón y una cucharilla de café de orégano, dos tomates secos, previamente hidratados, dos cucharadas de aceite de oliva virgen y sal al gusto.

Dos hojas de limonero.

Semillas de sésamo.

Para la cama: un tomate cortado en ruedas, ajo y perejil picados.

lunes, 18 de agosto de 2014

Noche de vino y tapas. Primer acto: los diálogos de la sardina y el Sauvignon.


"Es la sardina uno de los peces más delicados y, aunque el más susceptible de condimentos, ninguno le da más gracia que el más sencillo, que se reduce a asarla ligeramente en las brasas, preparada con algunas arenas de sal y, cuando más, envuelta en una hoja de parra..."

Esto escribió en 1788 Joseph Cornide y con esta cita comienza Cristino Álvarez, bajo su habitual seudónimo Caius Apicius, el artículo “Sardinas, pregoneras del verano” en el que da buena cuenta de las virtudes de este pescado y de cómo las refirieron otras grandes plumas de lo gastronómico.

En la región del Loira, en las zonas de Sancerre y de Pouilly-Fumé, y en Burdeos encuentra sus raíces la uva Sauvignon Blanc. Asimismo su cultivo ha alcanzado la excelencia en Nueva Zelanda, California y Sudáfrica. Y en algunas zonas españolas también se ha mimado su cultivo y vinificación, como en Alella, de donde procede el vino que encabeza el cuarteto de esta noche de vino y tapas: un Roura Sauvignon Blanc 2013.

Ahí está el reto: elaborar una tapa para acompañar a este blanco. Y como es la Sauvignon una variedad que, bien tratada, engendra vinos aromáticos y delicados y, como expresa Cornide, es la sardina uno de los peces más delicados, opto por ella para protagonizar un diálogo con el mediterráneo como tema.

Me parecen, sin embargo, las brasas que tanto gustan a Cornide, demasiado fuego y aromas demasiado fuertes para el equilibrio con el Sauvignon. Elijo un marinado suave que preserve los frescos sabores marinos de la sardina con unos aromas de lima que armonicen con los cítricos y tropicales de la uva.

La variedad de Burdeos y del Loira cultivada en el Mediterráneo: se me ocurre que ha de hablarse de la mar y de la tierra. Mar y olivo, esencia mediterránea. Algas y aceitunas: una vinagreta gelatinizada de algas y lima y una tierra de aceitunas negras escoltarán a la sardina aportando dos texturas bien diferenciadas.

No faltaron en la mesa quesos de cabra, quizá una de las armonías más afamadas de los vinos de Sauvignon blanc.

El Roura dio la talla y proporcionó buen acompañamiento. Aromas frescos y elegantes con sobrada persistencia para equilibrarse con quesos y sardinas.

Y así comenzó esta noche de vino y tapas que habrá de discurrir en cuatro actos por dos vinificaciones de Sauvignon blanc y dos de Garnacha. Cena de diálogos en familia, de diálogos entre vinos y platos, combate amigable entre quien elige el vino y quien quiere replicar en la cocina.

Sardina marinada con aroma de lima.

Debemos elegir sardinas de tamaño medio y muy frescas. Si queremos evitar riesgos con el anisakis, congelaremos durante 24 horas.

Se limpian, desescaman y desespinan las sardinas. Esta última tarea, tendremos que acometerla con paciencia, buena vista y unas pinzas pues una vez eliminada la raspa, suelen quedar unas molestas y finísimas espinas.

Preparamos una mezcla al cincuenta por ciento de azúcar y sal gruesa, donde además mezclaremos ralladura de lima. (Aproximadamente, la corteza de una lima por cada cuarto de kilo de mezcla de azúcar y sal).

Dispondremos un fondo de la mezcla y colocaremos sobre ella una capa de lomos de sardina y cubrimos con un centímetro de espesor de la misma mezcla. Si tenemos más sardinas, iremos alternando capas de lomos y capas de mezcla. Dejamos reposar unas cuatro o cinco horas en el frigorífico. Una vez transcurrido el tiempo, eliminamos la mezcla de sal y azúcar, lavamos y secamos con un papel de cocina.

Para los acompañamientos, la tierra de aceitunas negras la logré horneando una masa de aceituna negra molida, harina y aceite de oliva virgen. Una vez bien hecha (debe tener un acabado crujiente), se machaca en el mortero hasta lograr el grosor de tierra que se desee. Y la vinagreta gelatinizada fue una juliana de mezcla de algas, previamente hidratadas, bien mezcladas con zumo de lima, aceite de oliva virgen, sal y gelatina neutra.

Ingredientes para cuatro personas (en formato tapa)

Sardinas marinadas:

2 sardinas medianas, un lomo por tapa
150 gr. de sal gruesa y 150 gr. de azúcar
La ralladura de una lima

Tierra de aceitunas

20 gr. de harina
50 gr. de aceitunas negras
El aceite necesario para conseguir una consistencia de masa de galletas.

Vinagreta gelatinizada de lima y alagas

Un puñadito de algas desecadas e hidratadas.
El zumo de una lima
Medio vasito de aceite de oliva virgen
Media hoja de gelatina neutra.

jueves, 29 de mayo de 2014

Un aire francés en la mesa de verano: la ensalada de Niza



Leo en el periódico que aquel que encontró triste Venecia cuando no estabas tú cumple noventa años. Suenan melodías en la memoria, poco hay tan evocador como la música, con permiso de los aromas que emanan de hornos, ollas y sartenes.

El recuerdo de Charles Aznavour traslada a la “Bohemia de París alegre, loca y gris de un tiempo ya pasado…”, evoca pequeños veladores y croissants que se deshilachan exhalando aromas de mantequilla mientras el comisario Maigret apura un grog en un café a la vuelta del Quai des Orfèvres. Pero un verano que se desliza sin piedad entre las nubes que huyen dejando un cielo azul intenso me despierta de la grisácea e invernal ensoñación. De azul en azul, de chanson en chanson, George Brassens quería finalizar su días “Justo al borde del mar a dos pasos de las olas azules…sobre la playa de la Corniche”. Y un verano, justo al borde del mar, de ese mar azul de L’Promenade des Anglais, en la mesita de una terraza brilla una ensalada, niçoise, por supuesto.

Pero aquí hemos venido hablar de condumios, como Umbral, que vino a hablar de su libro. Lo cierto es que el cumpleaños de Aznavour me recordó a Francia y las temperaturas, al verano. Temperaturas que van aconsejando cambiar el repertorio de los pucheros por otro más liviano y acorde con lo que cae del cielo y con lo que produce la tierra. Pues estamos en esa estación en que las huertas regalan sabor y color con la misma largueza con que el sol nos vapulea.

La Costa Azul, la que tanto quiso George Brassens, nos ofrece la ensalada nizarda (niçoise), un plato mucho más humilde que su celebérrima bullabesa (bouillabaise) pero que bien podríamos incluir en nuestros repertorios estivales. Extremadura es rica en platos veraniegos, cojondongos, pistes, gazpachos, zorongollos, sopeaos, picadillos y cien ensaladas hacen justicia a los tomates y pimientos de nuestras vegas, pero nunca está de más incorporar otras preparaciones que sin desplazar la tradición nos amplíen horizontes. En la mesa como en casi todo siempre es mejor sumar.

Es difícil establecer una receta de auténtica ensalada de Niza, pues son muchas las variantes que se encuentran en libros y webs (Además, ya me he pronunciado en más de una ocasión sobre lo poco auténtico que suele ser lo “auténtico”). Probablemente todas o la mayoría de las variantes de ensaladas nizardas que he leído merezcan llamarse así. Tan sólo descartaría alguna que es… una ensalada de tomate y lechuga con aceite y vinagre (eso sí, supongo que hecha en Niza).

Según el aliño, podríamos dividir las ensaladas de Niza en dos grandes grupos: con mostaza y sin mostaza. Algunas de las recetas consultadas aliñan la ensalada de la forma más tradicional: aceite de oliva virgen, vinagre y sal y, ocasionalmente, alguna hierba aromática como la salvia o la albahaca, nada extraña esta última por su cercanía con Italia. El aliño que parece mayoritario es una vinagreta con mostaza de Dijon, aceite de oliva virgen, vinagre y sal en proporciones que varían según el gusto.

Los ingredientes también varían de unas fórmulas a otras: el tomate está presente en todas las recetas consultadas y varían la lechuga, el pimiento, las judías verdes, la patata, la rúcula, las alcaparras, el huevo duro y el atún. Sin embargo sí coinciden todas en otros dos ingredientes: aceitunas negras y anchoas.

Descrita esta variedad de ingredientes, imagínense los aficionados al cálculo combinatorio la cantidad de combinaciones y permutaciones que permiten… tantas como versiones de la ensalada nizarda.

L’Encyclopédie culinaire du 20e siècle de Valentine de Bruguère y Daisy Mayer, publicado por Éditions Denoël entorno a 1963, un clásico de la cocina francesa, recoge la siguiente receta: cinco tomates, una cebolla y un poco de ajo, ocho filetes de anchoa, una cucharada de alcaparras, aceitunas negras y una vinagreta de aceite de oliva y vinagre de vino.

Lo cierto es que esta tierra extremeña de zorongollos y cojondongos nos ofrece ingredientes de primera calidad para que esta ensalada sea un prodigio de sabor, sin ánimo de desmerecer los ingredientes de La Provenza: aceites de Monterrubio o de Gata - Hurdes, tomates de las Vegas del Guadiana o del Alagón (madurados en planta, claro), judías verdes de cualquiera de las huertas de nuestros pueblos, aunque puestos a elegir, me quedo con las de las huertas de Montehermoso y alrededores y de aceitunas, tampoco andamos mal por estos lares. Eso sí, ni el Tajo ni el Guadiana han tenido a bien proveernos de anchoas ni atún y habrá que importarlos.

Vaya ahora mi propuesta para este plato pleno de sabor y frescura para uno de los calurosos días que nos esperan:

Unas rodajas de patata cocida que siempre será más sabrosa si la pelamos después de cocerla. Con este ingrediente prefiero alejarme de fundamentalismos y chauvinismos y sin desmerecer las extremeñas, me quedo con las gallegas. Judías verdes, mejor cocidas al dente, tomates, lechuga o mezcla de lechugas, un poco de rúcula, aceitunas negras, anchoas y atún, regados con una vinagreta de mostaza de Dijon, alcaparras, vinagre de Jerez, sal y aceite de oliva virgen.

Es la versión que más me gusta y la que más se aproxima a una que probé en las cercanías de Niza.

Puestos a transgredir, cosa que no está mal de vez en cuando, prueben a incorporar unas cerezas rellenas de anchoa: una receta de David Monaguillo que me resulta atrevida y muy interesante. Algo tan simple como deshuesar las cerezas, macerarlas unos minutos en aceite de oliva virgen y unas gotas de vinagre de jerez y, con más paciencia que habilidad, rellenarlas con anchoas.

Y por finalizar como empecé, si en algo he podido ofender a la ortodoxia de la nizarda ensalada, pido disculpas pero Non, je ne regrette rien, que cantaba Edith Piaf.