"¿Qué has puesto para comer?
- ¡Oh! No te apures... El cocidito de siempre."


Tormento. Benito Pérez Galdós
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sábado, 25 de marzo de 2017

Migas solidarias. (18 de marzo, Badajoz)


Pan de ayer, de anteayer o quizá más, pan del que ya le queda poco de su mullida juventud, un poco de aceite, unos ajos, pimentón según el gusto y, si hay para ello, algún pimiento y alguna presa. Las migas son un plato humilde, comida de pastores, de mañanas de matanza. Un plato de una cocina de subsistencia de antaño y hoy apreciado por todos, cualquiera que sea su condición y sus posibles.

Migas, apetecibles en esos días nublados, fríos, tormentosos.

2012, cuando más apretaba esa tormenta que empezó a caer en 2007, tormenta de infamias, injusticias, pobreza y desesperación, a alguien se le ocurrió que con unas migas podría aportar algún rayo de sol en medio del aguacero. Donde no llega el Estado, llega la solidaridad y si no repara, al menos alivia.

Para ser cocinero hay que tener técnica, oficio, pero para ser un gran cocinero además hay que ser una gran persona. Y así es Javier García, se nota en sus platos y se nota en sus actos. Tomó la iniciativa y no estuvo solo: Pepe Alba, Ángel Pereita, Manu Ballesteros, Fernando Valbuena, José García, Kike
Rubio, Mariluz, Esther, José y muchos cuyos nombres ignoro, empresas, colectivos, Scouts… se sumaron a la iniciativa con productos, con premios, con su voz o nada más (y nada menos) que con sus manos.

Así van seis años: una mañana de invierno, este año por circunstancias, de primavera, el paseo de San Francisco adopta apariencia festiva, canta Nayara Madera y un cuentacuentos de Códice entretiene a los más pequeños. Y en un monumental desayuno (o aperitivo) colectivo, unas migas, muchas migas, ese humilde plato, se transforma en ayuda para la Fundación Banco de Alimentos.

Y nos acordamos de la frase de Gandhi que siempre repite nuestro amigo Eugenio: el pan que tiene mejor sabor es el pan compartido.




sábado, 3 de mayo de 2014

Una despensa natural: color, sabor y hierbajos


Un invierno que no ha sido severo en heladas pero sí pródigo en aguas se retira dejando paso a una primavera reventona. Puede que el adjetivo no sea muy académico pero desde que lo escuché hace años a
un vecino de Guijo de Granadilla lo incluí en mi repertorio de calificativos destinados al campo extremeño; académico no será, pero gráfico lo es y mucho. Sí: revientan nuestros campos henchidos de las aguas del invierno en un maremágnum de tonalidades verdes, amarillas, blancas, azules y malvas. Gordolobos, dientes de león, viboreras, tréboles, achicorias, orquídeas y cien más tejen alfombras jalonadas por cantuesos, retamas, espinos, jaras y jaguarzos bajo la mirada de robles, alcornoques y encinas que también ofrecen su modesta y dorada floración.

Ahora, cuando los campos de Extremadura abruman la vista con su polícromo espectáculo es también cuando ofrecen algunos de sus más delicados manjares silvestres. Bien conocidos son los espárragos trigueros de elegante amargor y a los que el chef Javier García en su recién estrenado Recetaclip ha dedicado un bonito capítulo. También los cardillos gozan de merecida fama y pueden verse en algunos puestecillos callejeros junto con los manojos de trigueros. Pero el verde manto de la primavera extremeña esconde otros muchos hierbajos que alegrarán nuestra mesa con matices que difícilmente podremos encontrar en otras temporadas, salvo por obra y gracia del congelador.

Menos conocidas son las propiedades culinarias de la ortiga (Urtica dioica). Sí, a pesar de su molesta propiedad urticante, la ortiga es un excelente comestible que sustituye, o incluso supera, a la espinaca. Esta planta tan abundante en nuestros campos, sobre todo cerca de construcciones abandonadas y lugares con abundante materia orgánica en el terreno, tiene una merecida mala reputación por los malos ratos que nos hacen pasar sus pelillos microscópicos cargados de ácidos fórmico y oxálico. Un roce contra sus hojas nos deja una desagradable sensación de quemazón que tarda su tiempo en desaparecer.

Recuerdo una noche de correrías quinceañeras en los alrededores de un pequeño pueblo cacereño, cuando un muchacho del grupo aquejado de cierta urgencia buscó un lugar que le proporcionase la suficiente intimidad tras unas paredes de piedra; al poco, sus sonoras maldiciones rasgaron el silencio y la traicionera oscuridad. Puede el lector imaginar que el chico no volvió a sentarse en lo que quedaba de noche. Un prolijo anecdotario de bromas y accidentes con la ortiga como protagonista alimentan la impopularidad de esta mala hierba y excelente verdura.

Pero la ortiga es conocida desde antaño y no solo por risas y quemazones. Por la resistencia de las fibras de sus tallos, fue sustituto del algodón durante la Primera Guerra Mundial y se tiene constancia de su uso textil en la Edad del Bronce. Griegos y romanos ya la utilizaron por sus propiedades medicinales y comestibles y en la edad media era considerada un eficaz remedio para el tratamiento de diversos males.

Bastan unos minutos de cocción para que la mala sombra de la ortiga desaparezca. Así pues, siendo cuidadosos en la recolección y con unos guantes como aliados nada hay que temer de esta abundante y denostada planta. Debe recolectarse al principio de la primavera, cuando sus brotes son tiernos. En cuanto a su preparación, cualquier receta de espinacas se adapta a la ortiga: cremas, tortillas, con quesos frescos o tipo ricotta, etc.. Rehogada con un poco de ajo resulta un excelente acompañamiento para un salmón a la plancha.

Y puestos a buscarle sustitutos silvestres a la espinaca, las collejas (Silene vulgaris) son otra de las verduras de las que nos provee la despensa natural de nuestros campos. Una verdura delicada y que, para mi gusto, aventaja en finura a las espinacas. Por mesura en la extensión de este artículo y por afición (o devoción) a esta verdura, prefiero dedicarle el próximo en exclusiva.

Mis recuerdos de otra planta comestible que cuento entre mis favoritas, el Tamus communis, se remontan a mi infancia, en Cercedilla, donde recibían el nombre de lupios. La llegada a casa de un manojo de lupios era motivo de regocijo y origen de una espléndida tortilla. Por aquel entonces los cocíamos previamente; más tarde aprendimos que hay mejores formas de disfrutar su intenso sabor. Volví a encontrarme con los lupios en Santibáñez el Bajo, en el norte de Cáceres, ahora con el nombre de espárragos de enrea y allí aprendí la receta que más utilizo por su sencillez y porque conserva todo el sabor y el agradable amargor de la planta: sofritos en un buen aceite de oliva virgen con un poco (muy poco) de ajo picado, que debe añadirse a mitad de la preparación para que no llegue a dorarse, y miga de pan troceada como si fuese para unas migas en cantidad que varía según el gusto, yo me inclino por un volumen que no supere el cincuenta por ciento del total de la preparación.

El Tamus communis también recibe el nombre de rabiacanes o esparraguillas. Santiago Salamanca le dedica un exhaustivo artículo en su muy recomendable blog Gastroconversaciones.


Aprovecho unas notas que me facilita mi padre para reseñar otras plantas silvestres comestibles:

Acedera
Planta herbácea del género Rumex del que consumen varias especies: la acedera común (Rumex acetosa), la acedera silvestre (R. montanus) y la romaza, acederón o paciencia (R. patientia.

Berro
Bajo este nombre se conocen varias plantas que suelen tomarse en ensalada, algunas de ellas hoy ya cultivadas: berro de fuente o de agua (Nasturtium officinale), berro mastuerzo (Lepidium sativum), berro de jardín o de tierra (Barbarea praecox), berro de invierno (Barbarea vulgaris) y berro de los prados (Cardamine pratensis).

Borraja
Borago offcinalis. Sus hojas tiernas se pueden consumir en ensalada y los tallos cocinados en potajes, tortillas, rebozadas y fritas e incluso en dulce con azúcar.

Diente de león
También llamado amargón (Taraxacum officinale o T. densleonis). De intenso sabor amargo suele tomarse en ensalada. En Francia también es denominado pisse au lit (pis en la cama) por su efecto diurético.

Cardillos
Ya citados, corresponden a las especies Scolymus hispanicus y S. maculatus.

Espárragos silvestres o trigueros
Se consumen varias especies: Asparagus acutifolius, A. albus, A. aphyllus y A. officinalis, entre otras.

Pamplinas
Se consume en ensalada. Hypecoum grandiflorum .

Aún podrían citarse más especies pero haríamos interminable el artículo. El consumo de plantas silvestres no es nada novedoso: desde muy antiguo se conocen las propiedades culinarias de estos regalos de la naturaleza. Si bien es cierto que antaño no solo el placer propiciaba su recolección sino necesidades mucho más primarias: las plantas silvestres comestibles fueron un complemento en la dieta de la población rural más necesitada. Aunque también mesas mucho más pudientes disfrutaron de sus bondades. Martínez Montiño, que fue cocinero de la Corte durante los reinados de Felipe II, Felipe III y Felipe IV, en su “Arte de Cocina” menciona recetas con acederas, borrajas, cardillos, etc..

domingo, 23 de febrero de 2014

Negociaciones culinarias



Un buen amigo al que ya me referí en el primer artículo de este blog, del que en parte es culpable, es un firme defensor de las negociaciones “ganar-ganar”. Argumenta mi amigo y tocayo, con toda la razón -y con toda su vehemencia- que, frente a la tradicional forma de negociar basada en cesiones por ambas partes y cuyo resultado suele ser que ambas pierden, existe otro modo de afrontar las negociaciones con el que con otra actitud y algo de creatividad ambas partes ganan: “ganar-ganar” frente a “perder-perder” o “ganar-perder”.

No. Ni estoy bajo la influencia de la corte de Baco ni he reconvertido este blog gastronómico en un blog sobre habilidades directivas. Lo que sucede es que la noche del 20 de febrero, en el restaurante Lugaris, se celebró una cena que me recordó a esas negociaciones “ganar-ganar”: la tradición negoció con la vanguardia y los vinos con los platos. La cocina tradicional se impregnó de toques de vanguardia y la vanguardia se enriqueció de tradición mientras los productos de la tierra regalaban sabores, colores, texturas y aromas y los vinos, sin competir, añadían los suyos a la sinfonía que interpretaron cocineros, enólogos, cortador de jamón, experto panadero, maître y camareros. Una cena fetén en la que todos ganaron y nosotros, los comensales, más.

El restaurante Lugaris, de Badajoz, ha organizado por segundo año su cena temática sobre el producto y la gastronomía extremeña, una interesante y muy bien desarrollada iniciativa que rinde merecido tributo al producto y al saber culinario autóctonos.

Abrieron la noche los rosarios de burbujas, finas, ordenadas y portadoras de aromas delicados de frutas, flores y pasteles de un Cava Vía de la Plata, decano, junto con Bonaval, de los cavas extremeños que acompañó a una exquisita paleta ibérica de bellota de tres años. Y Pepe Alba con maestría, con mimo, con pasión, como el maestro que interpreta una romanza de violín, fue arrancando del añejo pernil las notas que ligeras se posaron sobre blancos pentagramas de loza para el deleite de la vista, el gusto y el olfato. Buen comienzo.

A las merinas y los pastos de La Serena se les encomendó el aderezo de una ensalada coronada por dos lascas de ibérico: una mezcla de lechugas apareció cubierta de torta de La Serena y rodeada de una reducción de pimentón de La Vera. Un agradable contraste de texturas y una ingeniosa sustitución del tradicional ácido del vinagre por otro más suave regalado por el queso. El blanco de Eva de los Santos de la bodega de Victorino Martín lidió con armonía los aromas de la torta.

La gastronomía extremeña, salvando la recluida en los grandes monasterios, es de orígenes humildes y muy ligada a las culturas agrícola y pastoril. Sus sopas de tomate son muestra de estos orígenes: un plato que con escasos recursos proporciona sobrada sustancia y sosiego a los estómagos y gozo al paladar. Un clásico de Javier García, chef de Lugaris, es su “sopa de tomate actualizada”: ligero toque de modernidad en un plato de hondas raíces extremeñas: fina textura, sutiles aromas de hierbas y especias que no restan protagonismo al protagonista y unos tropezones de manzana que alegran el conjunto. Mantuvimos el blanco de Victorino con la sopa y, aunque no se defendió mal en la lid, creo que algún caldo de más cuerpo y quizá menos acidez se las hubiese entendido mejor con el tomate. Y uno, que es abogado de causas pobres, se acuerda de los vinos rosados tan de moda hace pocas décadas y hoy tan en olvido. Y, en esta tierra, hay algunos que no debemos perder de vista. No me cansaré de decir que faltan referencias de rosado de la región en las cartas de nuestros restaurantes.

Más no fueron platos y vinos los únicos que negociaron con éxito en la noche. La palabra también tuvo su lugar, cada artífice disertó y esparció sabiduría. Y todos pusieron pasión en su palabra, la misma que ponen en su quehacer y transmiten en sus resultados. Y así se iba cociendo una gran olla de saberes, sabores y aromas que Ángel Peraita con su personal de sala iba removiendo con mimo y maestría.

Eugenio Garrido disertó sobre las fermentaciones y sus tiempos y proporcionó los panes que a duras penas resistían la tentación de rebañar los platos. Aunque eran de tan lenta y cuidada elaboración que no necesitaban salsa alguna para cobrar protagonismo.

Dijo Javier al presentar el tercero que considera el bacalao como el más extremeño de los pescados y, aunque no surque el gádido ni el Tajo ni el Guadiana, no le falta razón pues, con excepción de barbos, tencas y otros peces de nuestras aguas, ha sido durante mucho el único pescado que los antiguos medios de transporte y la ausencia de refrigeración permitían consumir en estas tierras de interior. Un níveo taco de bacalao apenas cubierto por una salsa, casi un pisto, de fuerte personalidad y, en lo alto, unos trigueros haciendo un guiño a los productos silvestres de los campos de Extremadura componían un conjunto de estética y gustos muy actuales con recuerdos de otros tiempos. Negociaron con éxito los aromas del plato con los de un tinto con poca madera y mucha fruta y lograron un elegante equilibrio que nos demuestra una vez más que las normas tinto-carne y blanco-pescado son un sabio marco que, transgredido con inteligencia y buen gusto, depara muy buenos momentos.
Pago de los Balancines sigue proporcionándonos gratas sorpresas: ahora, este Húnico que abre con calidad una línea hasta ahora poco explorada por la bodega.

Otra llamada a los productos silvestres: una aterciopelada salsa de boletus acogía un solomillo de ibérico relleno de ciruela. No debía faltar en una cena de productos extremeños, con permiso de corderos y retintos, el fruto de encinas y alcornoques hecho carne. Si bien, para mi gusto, la carne hubiera agradecido un poco menos de cocción, resultó un plato agradable que me sugiere sosiego: unos contrastes sin estridencias que intimaron bien con el Alius que los acompañaba, un tinto de tempranillo y cabernet con buena crianza de la bodega oliventina Alaude. José Daniel Megías, su enólogo, no sólo presentó el vino con comprensible y justificado orgullo de padre, sino que también alabó el vino precedente y su maridaje con el bacalao: un gesto que le honra y un gesto que me sugiere buenos augurios para el vino de esta tierra pues cooperando más que compitiendo nuestros vinos alcanzarán el lugar que se merecen.


Cerró el desfile Manuel Espada, jefe de cocina de Eustaquio Blanco, de Cáceres, que rescató uno de los postres de más hondas raíces: los repápalos. Los presentó en una suave natilla y fueron digno colofón para una noche en la que brillaron el buen hacer y la pasión de los profesionales.

(Pido disculpas por la calidad de las fotos, pero no fui pertrechado con los trastos de matar y recurrí al teléfono… Pueden ver mejores imágenes en Recetaclip, un proyecto que dará que hablar, seguro.)